Los meses se siguen sucediendo unos a otros con gran rapidez, en ocasiones me parece que siempre hemos vivido igual; que nunca existió una luna, que esa vida tan grata y apacible que antes llevábamos nunca se dio, que todo fue un sueño; un maravilloso sueño del que un día despertamos para encontrarnos con ésta cruel realidad.
Los temblores continúan siendo el pan de cada día; cuenta la leyenda que Kisin habita y gobierna una zona del infierno a donde van a parar los espíritus de los muertos antes de pasar a su morada definitiva.
Cuando ya hay muchas almas, éstas se rebelan tratando de escapar, entonces Kisin se enfada y ruge, de ésta manera se quiebran los cimientos de la tierra produciéndose los terremotos. Se dice que cuando se producen ligeros temblores, es Kisin, que ruge y vocifera para asustar a los espíritus y que así éstos no se rebelen.
Del modo en que se vienen desarrollando las cosas, no me extrañaría nada, que cualquier día nos encontremos con Kisin, persiguiendo las almas de quienes hayan escapado o bien saliendo en busca de otras nuevas para reemplazar así las huidas.
Tres años; los niños están a punto de cumplir tres años y a pesar de tener ese pequeño tamaño es ya todo el pueblo quien les mira con recelo, me alivia saber que no soy yo solo quien ha sentido esa desconfianza y ese temor que me causaron sus ojos; creo percibir que incluso sus propios padres están atemorizados ante su presencia. Casi todas las mañanas los seis se reúnen en la alameda, mientras sus madres se sientan en un banco a esperar. Su conversación es tan queda, que parece que tengan miedo de ser escuchadas por sus pequeños, y cuando ellos las miran, apartan la mirada fingiendo no estar prestándoles ninguna atención.
No quiero pensar, si ahora nos causan tal sensación, qué pasará cuando pasen los años y adquieran el tamaño y la corpulencia de un adulto, aunque hay veces que pienso que no les hace falta crecer, estoy seguro de que esos pequeños tienen una inteligencia demasiado desarrollada para su corta edad; una inteligencia superior a la nuestra.
Hoy ha amanecido un maravilloso día y estoy decido a relajarme y disfrutar de él; al menos éstas estaciones del año nos dan un pequeño respiro; voy a ir de pesca, hace mucho tiempo que no lo hago; hace mucho tiempo que no hago nada; sin embargo estoy dispuesto a volver con la cesta llena.
Sentado en la orilla del río, mirando mi reflejo en sus aguas, me di cuenta de como éstos años habían cambiado la expresión de mi cara, lancé el cebo al agua y pacientemente esperé a que algún pez picara.
Habrían pasado cerca de dos horas cuando a mis oídos llegaron unas voces lejanas, venían del otro lado del río, justamente de los prados donde Horacio, nuestro pastor, lleva a todas las cabras a pastar. Sentí una enorme curiosidad y recogiendo mis aparejos, cruce al otro lado a través de la fila de maderos dispuesta a modo de puente, que se encuentra un poco más abajo. Al parecer, uno de los machos del rebaño no aparecía por ninguna parte; el mozo le llamaba a voces por su nombre una y otra vez, pero no se veía el menor rastro del, era como si la tierra se le hubiera tragado. Después de buscar durante casi una hora decidimos regresar; me imaginaba la cara de don Ovidio, el alcalde, cuando el mozo le contase que su animal había desaparecido, pobre Horacio, no quisiera estar en su pellejo.
Justo me estaba disponiendo a limpiar los dos ejemplares que capturé y prepararlos para la cena cuando me pareció sentir una especie de arañazos, que provenían de fuera. Salí a mirar y comprobé que el ruido venía del cobertizo. Me acerqué hasta la puerta y pegué mi oído a ella para escuchar mejor; no había duda, los arañazos sonaban ahí dentro. Abrí muy despacio la puerta dejando el hueco justo para que mi brazo entrase y accionar el interruptor de la luz que se encuentra al lado; moví el interruptor pero la luz no se encendió. Probé varias veces y nada, debía de haberse fundido la bombilla.
Volví a entrar en la casa, busqué mi linterna y regresé al cobertizo; aún podían escucharse los arañazos. Con gran sigilo abrí la puerta y desde el umbral recorrí con la linterna cada rincón, comencé a sudar por cada poro de mi cuerpo; estaba seguro de que como siempre no encontraría nada, sin embargo ésta vez sí encontré el origen de aquellos arañazos y por suerte para mí provenian de alguien que me era muy familiar, mi querido y ya viejo gato; me entró una risa nerviosa; le cogí y fui a preparar la cena.
La primavera ha transcurrido y a excepción de los temblores y algún que otro susto nocturno como a los que ya casi estamos acostumbrados no ha ocurrido gran cosa, bueno, olvidaba mencionar que el macho cabrío del señor alcalde regresó un día sin más a su redil, cuando Horacio fue a recoger a las otras cabras, allí estaba él como si tal cosa, todos nos preguntamos dónde podría haber estado metido durante todo éste tiempo.
Los temblores continúan siendo el pan de cada día; cuenta la leyenda que Kisin habita y gobierna una zona del infierno a donde van a parar los espíritus de los muertos antes de pasar a su morada definitiva.
Cuando ya hay muchas almas, éstas se rebelan tratando de escapar, entonces Kisin se enfada y ruge, de ésta manera se quiebran los cimientos de la tierra produciéndose los terremotos. Se dice que cuando se producen ligeros temblores, es Kisin, que ruge y vocifera para asustar a los espíritus y que así éstos no se rebelen.
Del modo en que se vienen desarrollando las cosas, no me extrañaría nada, que cualquier día nos encontremos con Kisin, persiguiendo las almas de quienes hayan escapado o bien saliendo en busca de otras nuevas para reemplazar así las huidas.
Tres años; los niños están a punto de cumplir tres años y a pesar de tener ese pequeño tamaño es ya todo el pueblo quien les mira con recelo, me alivia saber que no soy yo solo quien ha sentido esa desconfianza y ese temor que me causaron sus ojos; creo percibir que incluso sus propios padres están atemorizados ante su presencia. Casi todas las mañanas los seis se reúnen en la alameda, mientras sus madres se sientan en un banco a esperar. Su conversación es tan queda, que parece que tengan miedo de ser escuchadas por sus pequeños, y cuando ellos las miran, apartan la mirada fingiendo no estar prestándoles ninguna atención.
No quiero pensar, si ahora nos causan tal sensación, qué pasará cuando pasen los años y adquieran el tamaño y la corpulencia de un adulto, aunque hay veces que pienso que no les hace falta crecer, estoy seguro de que esos pequeños tienen una inteligencia demasiado desarrollada para su corta edad; una inteligencia superior a la nuestra.
Hoy ha amanecido un maravilloso día y estoy decido a relajarme y disfrutar de él; al menos éstas estaciones del año nos dan un pequeño respiro; voy a ir de pesca, hace mucho tiempo que no lo hago; hace mucho tiempo que no hago nada; sin embargo estoy dispuesto a volver con la cesta llena.
Sentado en la orilla del río, mirando mi reflejo en sus aguas, me di cuenta de como éstos años habían cambiado la expresión de mi cara, lancé el cebo al agua y pacientemente esperé a que algún pez picara.
Habrían pasado cerca de dos horas cuando a mis oídos llegaron unas voces lejanas, venían del otro lado del río, justamente de los prados donde Horacio, nuestro pastor, lleva a todas las cabras a pastar. Sentí una enorme curiosidad y recogiendo mis aparejos, cruce al otro lado a través de la fila de maderos dispuesta a modo de puente, que se encuentra un poco más abajo. Al parecer, uno de los machos del rebaño no aparecía por ninguna parte; el mozo le llamaba a voces por su nombre una y otra vez, pero no se veía el menor rastro del, era como si la tierra se le hubiera tragado. Después de buscar durante casi una hora decidimos regresar; me imaginaba la cara de don Ovidio, el alcalde, cuando el mozo le contase que su animal había desaparecido, pobre Horacio, no quisiera estar en su pellejo.
Justo me estaba disponiendo a limpiar los dos ejemplares que capturé y prepararlos para la cena cuando me pareció sentir una especie de arañazos, que provenían de fuera. Salí a mirar y comprobé que el ruido venía del cobertizo. Me acerqué hasta la puerta y pegué mi oído a ella para escuchar mejor; no había duda, los arañazos sonaban ahí dentro. Abrí muy despacio la puerta dejando el hueco justo para que mi brazo entrase y accionar el interruptor de la luz que se encuentra al lado; moví el interruptor pero la luz no se encendió. Probé varias veces y nada, debía de haberse fundido la bombilla.
Volví a entrar en la casa, busqué mi linterna y regresé al cobertizo; aún podían escucharse los arañazos. Con gran sigilo abrí la puerta y desde el umbral recorrí con la linterna cada rincón, comencé a sudar por cada poro de mi cuerpo; estaba seguro de que como siempre no encontraría nada, sin embargo ésta vez sí encontré el origen de aquellos arañazos y por suerte para mí provenian de alguien que me era muy familiar, mi querido y ya viejo gato; me entró una risa nerviosa; le cogí y fui a preparar la cena.
La primavera ha transcurrido y a excepción de los temblores y algún que otro susto nocturno como a los que ya casi estamos acostumbrados no ha ocurrido gran cosa, bueno, olvidaba mencionar que el macho cabrío del señor alcalde regresó un día sin más a su redil, cuando Horacio fue a recoger a las otras cabras, allí estaba él como si tal cosa, todos nos preguntamos dónde podría haber estado metido durante todo éste tiempo.