Luego de las primera efusiones, una vez que se hubo desabrigado:
"¡Pero en su casa hace un frío negro, querido mío!"
Entonces, muy desesperado, él buscó febrilmente vagos combustibles, pero en vano.
Como vivía constantemente afuera, siempre había descuidado ese detalle importante de la vida doméstica.
Entonces ella se volvió furiosa y cruel:
"¡Pero es tonto, querido mío!, ¡Queme sus sillas, pero, le ruego, encienda fuego! ¡Tengo los pies congelados!"
Él se negó en seco. Su mobiliario le venía de herencia por su madre, y quemarlo le parecía un odioso sacrilegio.
Adoptó un medio término.
La hizo desvestir y acostarse.
Él también se desvistió totalmente.
Con una navaja que previamente había afilado bien, él se abrió el vientre verticalmente, desde el ombligo hasta el pubis, cuidando que fuera cortada solo la piel.
Ella, algo sorprendida, lo miraba hacer, no sabiendo a dónde quería llegar.
Luego, de pronto, comprendiendo la idea, explotó en una carcajada y tuvo una palabra amable:
"¡Ah, eso es muy amable, querido mío!"
La operación estaba terminada.
Comprimiendo con las dos manos los intestinos que se escapaban, él se acostó. Ella, muy divertida con el juego, hundió sus pequeños piecitos en la masa irisada de las entrañas humeantes, y lanzó un gritito.
"Jamás hubiera creído que haría tanto calor ahí dentro."
Él, por su parte, sufrió cruelmente por ese contacto tan frío, pero la idea de que ella estaba bien lo reconfortó, y así pasaron la noche.
Por la mañana, él estaba un poco cansado, e inclusive ligeros cólicos lo atormentaban.
¡Pero cuán deliciosamente recompensado fue!
Ella se empeñó obstinadamente en recoser ese calentadorcito fisiológico.
Como una buena mujercita de casa, bajó, en cabellos, para comprar una bella aguja de acero y lindo hilo de seda verde.
Luego, con mil precauciones, comprimiendo con su pequeña mano izquierda los intestinos que no hacían sino salirse, ella cosió con su pequeña mano derecha los dos labios de la herida de su amigo.
Para ambos dos, esa noche ha quedado como su mejor recuerdo.
Alphonse Allais, en el "libro Negro del Humor de Antología"