Traigo la tarea. Gracias por ayudarme, Ele; participa tú también, ¿vale?
Un abrazo.
A
FIN DE SEMANA
1. Sábado. Recorro la feria instalada en plena calle Coquimbo y me enamoro de una caja de té rojo a la altura de San Diego; cuento las monedas, sí, me alcanza. La pongo con cuidado entre mis bolsas y escojo dos lechugas, un kilo de tomates, tres alcachofas, cuatro zanahorias, un kilo de manzanas y otro de naranjas, dos de papas, un paquete de betarragas y doce huevos. Ah, y un cuarto de espinaca para una tortillita. Pienso, entretanto, que estoy un poco lejos y que llegaré cansada, que almorzaré corriendo y que iré a buscar trabajo con mi mejor cara.
Se me viene a la mente aquel estúpido concurso televisivo de hace unos años (cuando tenía y veía tv): Si se la puede, gana. ¿Será que la frasecita no es sólo retórica? Puede ser.
Ya almorzada voy al departamento de Pedro; le llevo dos libros: uno que me prestó la última vez que nos vimos y otro que pienso dejarle para que lea. Se trata de Duotto, que recoge poesía de Rojas, el Gonzalo, y arte visual de Matta. Ambos tuvieron una amistad muy fecunda, inspiradora. Le cuento a Pedro que el mural que adorna el Salón de Honor de la Universidad donde nos conocimos, es de la autoría de Matta y fue donado al retorno de la democracia, en 1989. En ése año, Rojas vivía en Venezuela y viajó expresamente para acompañar a Matta en la entrega del proyecto.
Se me va la hora en su casa, escuchando sus nuevas composiciones. Le digo que necesito trabajo, que en dos semanas tengo que pagar la matrícula. Me mira preocupado: Ange, la vida es más compleja de lo que parece. Ya lo sé, le digo. Y él: si tengo algo en la semana, te aviso al celular. Le diré a la Kari que pregunte también. Gracias, respondo.
Por la noche reviso mis papeles y escribo una carta que teme alargarse más de lo previsto. La enviaré el lunes por correo a Venezuela, esperando que llegue antes de su cumpleaños. No tengo sueño, siento que hice nada hoy. Me pongo los audífonos, llamo a mi hermana. No vengo hoy, me dice.
Bien, estoy sola. El reproductor comienza a sonar. Pienso, pienso, pienso. En redondo, llevada por la música, tendida en la alfombra del living comedor (¿quién quiere sillones con esa alfombra?), pienso que de pronto y es más fácil escribir de lo que no se sabe, a modo ficcional, que volver sobre sí mismo y sacar algo que sea verdadero más allá de las palabras.
2-. Domingo. Yo que le escribo y él que... Recibí su carta hoy, a media mañana. Una revista que me prometió hace un tiempito. Joder, tendré que rehacer mi carta de anoche, cambiar mi solapado reproche por un agradecido saludo. También puedo desentenderme y hacer como si no hubiera recibido nada. Qué mala soy.
Ya sé: le enviaré dos cartas. La de anoche y la que escriba ¿hoy?. No, mañana. Después de clases. Iré con Melissa al correo, me toca pasearla por Santiago. Apenas endulzo el café mientras leo sus poemas y los del resto del grupo ¿Al Vacío? Me da risa ese nombre, tanta duda, tanto nihilismo. Nietzsche reencarnado.
Me lo dijo Javier en el grupo terapéutico de los jueves, sin demasiado preámbulo y sin anestesia, pero de manera subrepticia: ¿Conoces a Proust? Golpe bajo, pensé enseguida. ¿Pensará éste que le doy al malditismo? ¿Que ando en busca del tiempo perdido?
Dos cartas, ya está consentido el hombre. Le crecerá el ego con tanta vaina, como dice él mismo después de leerme. Tengo que decirle que compare: dos car(t)as de la misma Angélica. Ves -le voy a decir-, no soy tan amable como parece.