Hacía ya varias semanas que las noches venían adquiriendo un olor diferente, un olor lúgubre y frío, al tiempo que se tornaban cada vez más oscuras; hará dos que perdimos por completo cualquier vestigio de claridad, el cielo se contempla sumido en la más absoluta de las negruras y un aire gélido y espeso envuelve nuestra pequeña localidad.
Nos hemos visto obligados a cambiar nuestros horarios, nuestras costumbres; nos levantamos con el sol y con el nos retiramos, nadie quiere exponerse a estar en la calle después de ocultarse el sol, todos permanecemos en nuestras casas escondidos detrás de los cristales esperando descubrir algo. De vez en cuando se escuchan gritos de auxilio probablemente de algún despistado a quien sorprendió la noche al raso y de manera casi continua se pueden oír los aullidos de los perros que sin duda llaman a la luna para que nos devuelva la luz de su color plateado.
El pueblo entero parece haber caído en un desmesurado desánimo; todos caminan en silencio, con los brazos caídos a lo largo del cuerpo como si estuviesen excesivamente cansados.
La otra noche me vi. obligado a salir, dejé abierta la puerta del granero y debía cerrarla; cogí mi linterna y no sin recelo me encaminé hacia la puerta, no me gustaba nada la idea de verme ahí fuera rodeado de aquella espesura negra. Me dirigí al granero sin dejar de correr, como si alguien me persiguiera, sentí el frío aliento de la noche envolviendo mi rostro, y ya llegando al granero, escuché de pronto un extraño gemido, un gemido que dejó helada la sangre en mis venas; probablemente fuera el crujir de alguna de las contraventanas sin embargo las habladurías aseguran que la oscuridad no llegó sola. Cerré la puerta y volví a casa sin volver la cabeza; sentí un gran alivio al entrar, solté el aire que había mantenido contenido, como si dejar de respirar fuera una defensa contra algún tipo de peligro y me dispuse a cenar.
Como añoro aquellos paseos cogidos de la mano bajo la luna, con que melancolía recuerdo las largas noches de verano sentado en mi porche bañado en tu luz, a veces me parece oír las risas de los niños jugando en la plaza hasta entrada la media noche, con que nostalgia imagino tu pálido reflejo sobre las claras aguas del río.
Los truenos sonaban con tal intensidad, que no parecían sino enormes rugidos lanzados por un cielo embravecido; es la mayor tormenta que jamás he conocido. El agua golpea tan fuertemente los cristales que parece amenazar con romperlos en cualquier momento. Nos hemos quedado sin electricidad, las ramas de los árboles movidas por el viento proyectan multitud de formas que al mezclarse con el fulgor de los relámpagos y la tenue luz de las velas, pintan a la casa más fantasmagórica que nunca. No puedo dejar de sobresaltarme cada vez que uno de esos descomunales bramidos es arrojado por el cielo como si éste se nos fuera a echar encima; permanezco sentado en el sofá envuelto en una manta con la cabeza tapada y sin conseguir parar de temblar, parece que ésta noche no se vaya a terminar nunca; ¿y si también el sol dejara de brillar?
Ya son seis los desaparecidos desde que todo comenzara, no dejan ningún rastro, ninguna huella, es como si sencillamente nunca hubieran existido. ¿Y si todo fuera desapareciendo, así como lo hizo la luna?, ¿y si esto sólo fuera el principio de nuestra propia extinción?
Los últimos rayos de sol se filtraban a través de la ventana iluminando la sala suavemente, de pronto me vi invadido por una sensación de paz y tranquilidad que hacía tiempo no experimentaba. Han pasado siete meses y poco a poco nos hemos ido acostumbrando a ésta situación, ahora que los días son más largos parecemos haber vuelto un poco a la normalidad recobrando, al menos en algo, el ánimo y la confianza.
De nuevo la alameda, que tan desolada se vio durante todo el invierno, vuelve a llenarse de vida de tal manera que casi consigue hacernos olvidar los aterradores momentos que todos vivimos durante los meses pasados. Las risas de los niños han vuelto a invadir nuestras calles devolviendo la alegría a cada rincón del pueblo; es como si todos quisiéramos disfrutar en extremo de éstos formidables días estivales.
Únicamente una cosa viene a enturbiar las maravillosas jornadas que estamos viviendo, con la llegada del calor, vino también una plaga de mosquitos, nunca había visto tal cantidad de ellos, hemos tenido que instalar mosquiteras por todas partes, y por más líquidos repelentes que utilicemos, nadie se libra de recibir alguna que otra picadura.
Los días se suceden tan rápidamente que pronto acabará el verano y no puedo evitar sentir una profunda angustia al pensar que nuevamente nos veremos inmersos en la oscuridad, una vez más las calles volverán a verse desiertas con ese olor a miedo y desconfianza, que más que olerse podía palparse, como si de algo corpóreo se tratara.
Seis nuevas vidas han venido a nacer, llenando de esperanzas nuestros corazones, tres varones y tres hembras, todos ellos nacidos el mismo día y a la misma hora; todos ellos sietemesinos.
Nos hemos visto obligados a cambiar nuestros horarios, nuestras costumbres; nos levantamos con el sol y con el nos retiramos, nadie quiere exponerse a estar en la calle después de ocultarse el sol, todos permanecemos en nuestras casas escondidos detrás de los cristales esperando descubrir algo. De vez en cuando se escuchan gritos de auxilio probablemente de algún despistado a quien sorprendió la noche al raso y de manera casi continua se pueden oír los aullidos de los perros que sin duda llaman a la luna para que nos devuelva la luz de su color plateado.
El pueblo entero parece haber caído en un desmesurado desánimo; todos caminan en silencio, con los brazos caídos a lo largo del cuerpo como si estuviesen excesivamente cansados.
La otra noche me vi. obligado a salir, dejé abierta la puerta del granero y debía cerrarla; cogí mi linterna y no sin recelo me encaminé hacia la puerta, no me gustaba nada la idea de verme ahí fuera rodeado de aquella espesura negra. Me dirigí al granero sin dejar de correr, como si alguien me persiguiera, sentí el frío aliento de la noche envolviendo mi rostro, y ya llegando al granero, escuché de pronto un extraño gemido, un gemido que dejó helada la sangre en mis venas; probablemente fuera el crujir de alguna de las contraventanas sin embargo las habladurías aseguran que la oscuridad no llegó sola. Cerré la puerta y volví a casa sin volver la cabeza; sentí un gran alivio al entrar, solté el aire que había mantenido contenido, como si dejar de respirar fuera una defensa contra algún tipo de peligro y me dispuse a cenar.
Como añoro aquellos paseos cogidos de la mano bajo la luna, con que melancolía recuerdo las largas noches de verano sentado en mi porche bañado en tu luz, a veces me parece oír las risas de los niños jugando en la plaza hasta entrada la media noche, con que nostalgia imagino tu pálido reflejo sobre las claras aguas del río.
Los truenos sonaban con tal intensidad, que no parecían sino enormes rugidos lanzados por un cielo embravecido; es la mayor tormenta que jamás he conocido. El agua golpea tan fuertemente los cristales que parece amenazar con romperlos en cualquier momento. Nos hemos quedado sin electricidad, las ramas de los árboles movidas por el viento proyectan multitud de formas que al mezclarse con el fulgor de los relámpagos y la tenue luz de las velas, pintan a la casa más fantasmagórica que nunca. No puedo dejar de sobresaltarme cada vez que uno de esos descomunales bramidos es arrojado por el cielo como si éste se nos fuera a echar encima; permanezco sentado en el sofá envuelto en una manta con la cabeza tapada y sin conseguir parar de temblar, parece que ésta noche no se vaya a terminar nunca; ¿y si también el sol dejara de brillar?
Ya son seis los desaparecidos desde que todo comenzara, no dejan ningún rastro, ninguna huella, es como si sencillamente nunca hubieran existido. ¿Y si todo fuera desapareciendo, así como lo hizo la luna?, ¿y si esto sólo fuera el principio de nuestra propia extinción?
Los últimos rayos de sol se filtraban a través de la ventana iluminando la sala suavemente, de pronto me vi invadido por una sensación de paz y tranquilidad que hacía tiempo no experimentaba. Han pasado siete meses y poco a poco nos hemos ido acostumbrando a ésta situación, ahora que los días son más largos parecemos haber vuelto un poco a la normalidad recobrando, al menos en algo, el ánimo y la confianza.
De nuevo la alameda, que tan desolada se vio durante todo el invierno, vuelve a llenarse de vida de tal manera que casi consigue hacernos olvidar los aterradores momentos que todos vivimos durante los meses pasados. Las risas de los niños han vuelto a invadir nuestras calles devolviendo la alegría a cada rincón del pueblo; es como si todos quisiéramos disfrutar en extremo de éstos formidables días estivales.
Únicamente una cosa viene a enturbiar las maravillosas jornadas que estamos viviendo, con la llegada del calor, vino también una plaga de mosquitos, nunca había visto tal cantidad de ellos, hemos tenido que instalar mosquiteras por todas partes, y por más líquidos repelentes que utilicemos, nadie se libra de recibir alguna que otra picadura.
Los días se suceden tan rápidamente que pronto acabará el verano y no puedo evitar sentir una profunda angustia al pensar que nuevamente nos veremos inmersos en la oscuridad, una vez más las calles volverán a verse desiertas con ese olor a miedo y desconfianza, que más que olerse podía palparse, como si de algo corpóreo se tratara.
Seis nuevas vidas han venido a nacer, llenando de esperanzas nuestros corazones, tres varones y tres hembras, todos ellos nacidos el mismo día y a la misma hora; todos ellos sietemesinos.