El sudor frío tornábase congelado, aún así tenía un calor inexplicable. Por un azar de la redomada suerte la cabra loca seguía allí masticando su plástico azul, me apoyé en ella para incorporarme, pero la mala bestia me corneó el omoplato y se fue saltando como lo que era, un cabrito, yo, que reposaba mi peso en su lomo, me caí torpemente sobre una pila de espinas de sardinas malolientes que algún mono había olvidado llevarse a su casa para alimentar a su prolífica prole. Me incorporé pesadamente, re-cagándome en todos los monos y la evolución, observando de reojo al mono obeso del tenducho de cerillos observarme a su vez con cara de rododendro otoñal:
¿Qué miras indio gordo? – Le grité desde detrás de mi rejilla negra.
El rododendro hizo como que no me oyó y le tiró su chancla a un gato:
-¡Fshhhh! – Exclamó el gato, que no se atemorizó.
Me sentía mal, pegajoso, no me veía bien pero yo sabía que estaba pálido, el aire se había vuelto paulatinamente irrespirable, negruzco, o tal vez grisáceo. Del césped no quedaban ni las mariquitas. Vi a la musulmana dando tumbos y cantando, tropezó con un pobre tiñoso que se estaba muriendo tirado allí, estático, ascético, flaco, haciendo la posición del loto, y cayó sobre una imagen de Shiba que resultó no estar solidamente adherida al suelo, y así fue que la imagen de Shiba cayó con estrago y destrozo, con musulmana y todo, de tal modo que al Shiba se le rompió la cabeza por la base del cuello… Entonces se hizo un silencio lúgubre entre la masa de monos con turbante que se quedaron mirando estupefactos a la cabeza de Shiba rodar y rodar, rodar y rodar por aquel suelo polvoriento, cagado y meado, además, con las protuberancias propias de la cabeza humana y las muchas diademas tópicas del gran Shiba, rodaba la cabeza dando saltitos ridículos, tontos, era aquel un patético rodar entre la mierda de los milenios.
La musulmana, en el suelo, profería graves injurias contra los dioses de los monos y la calidad de la arquitectura local a la vez que comprobaba el estado de una máquina de hacer fotos profesional. Los monos esperaban que alguien tirase la primera piedra. Yo pensaba… Pensaba… Pensaba:
“¡Joder! ¡Voy vestido de musulmana! ¡A que me linchan!”
Entonces recordé:
“¡El bang!”
Metí la mano en todos mis bolsillos y, si, allí estaba, dos bolas me quedaban aún:
“Pero, entonces, la musulmana… ¡La musulmana es Oscar!”
Miré la situación, los monos estaban indecisos, Oscar completamente drogado, tal vez borracho, había monos disfrazados de policía aquí y allá, y nadie sonreía…
“¡Maldita sea mi estampa y la belleza de este lugar!”
part 8