Extendí mis sentidos hacia mi mismo
con el anhelo de abrigar un palomo
aunque no fuera de la paz
Pero hallé a mi persona (en parte pero íntegro) justo en el valle de Heidi, sentado, lozanamente sosegado en un verde y/e inmaculado césped, comiendo lilas junto a una linda ovejita blanca con la que hablaba en un idioma que yo no comprendía ni ella tampoco, pero por alguna sinrazón o arte de magia habíamos conseguido establecer una suerte de telepatía no verbal en la que sin decir “be” ni una sola vez logramos conversar y conversar de nimiedades mas no poca cosa… De los pensionistas tiempos, conversamos, cuando un duro valía tres pesetas y los valores del Estado subían o bajaban según el número de mierdecillas de paloma depositadas sobre el casco de Cibeles o la cabeza de Colón, conversamos de cuando un grillo decía: “¡Criiik!” y el R. Madrid ganaba otra liga y de los tiempos aquellos tiempos donde trabajar aún se creía digno y por eso la gente moría de tos tuberculosa.
Había gran belleza en aquella, nuestra interacción.
Junto a nosotros, someramente sostenida, una cabra de ojos salidos y acristalados que miraban uno al edén y el otro al averno (podría tratarse de una indecisión esencial, pero no soy psicólogo ni teólogo, no me atrevo a juzgar) se comía una bolsa azul de plástico sin aparente apetito, con cierta desgana, como si comiera porque su madre se lo hubiera o hubiese decretado, o puede que probara a ver que pasa si una unidad cabría se come algo tan azul y lustroso, digamos que fuera un animal facultativo y resoluto, educado, cuando menos llevaba gafas de erudito y siempre que eructaba se ponía la patita delante de la boca y solicitaba descargos.
Había a su vez gran belleza en aquella, la cabra que nadie, nunca, supo hacia donde miraba ni que veía.
part 1
Última edición por Evil 333 el Miér Jul 09, 2008 3:35 pm, editado 2 veces