Eran el árbol guión,
el leal horizonte,
la perspectiva sugerente
y el riacho y la sombra
y el pájaro sonoro
y la hora cabalística y soñada.
Todo estaba allí:
Hondura y dimensión en el paisaje.
Estaba todo:
Preciso. Cabal. Impostergable.
Como lo hurgó mi sueño
en la tortura de soñarlo.
Como lo había esperado
mi esperanza.
Eran, sí y así, todas las cosas
invocadas:
Raíces y perfil para la copla.
Y era, en su plenitud,
el alma entera: Voluntad afinada
y rumbo alerta.
¡La hora del milagro
y el canto a flor de labio!
Nació la voz. Dijo
la devota oración,
la sincera oración predestinada.
Estaba todo allí.
El eco no recogió la voz
desposeída
y el aire de la hora
amuralló sus formas en silencios.
¡Todo estaba allí!
¡Espejo inane de mi sueño!
Mudo el árbol.
El horizonte quieto.
Apagado el riacho.
Clausuradas las sombras.
Y el pájaro
-mentiroso de un canto inaprendido-
fijo,
radicado en un tiempo sin declives.
Y no hubo el amparo
de agonizar la copla
entre las cosas del paisaje.
Ni regresar,
sangrando la derrota,
por mundos compartidos,
entre signos propicios
o manos compañeras.
Ni el alivio de saberse
desdoblado en la queja y el martirio.
Y todo estaba allí:
Hondura y dimensión
hacia el aire sin fondo del espejo...
¡Y era la hora del milagro
con la loca mentira del milagro!
Por eso
estas ramas del canto en que lo digo
tienen este nudo tan prieto
y esta manera de estrella dislocada.
Las trizas de mi voz
provienen del espejo.
Sólo recopian
-para la copla muerta-
el aire de un milagro de cristal
y sin fecha.
Y no se oirá jamás
el canto de aquél pájaro, fijo,
radicado en un tiempo sin declives.
Horacio J. de la Cámara (1952)
el leal horizonte,
la perspectiva sugerente
y el riacho y la sombra
y el pájaro sonoro
y la hora cabalística y soñada.
Todo estaba allí:
Hondura y dimensión en el paisaje.
Estaba todo:
Preciso. Cabal. Impostergable.
Como lo hurgó mi sueño
en la tortura de soñarlo.
Como lo había esperado
mi esperanza.
Eran, sí y así, todas las cosas
invocadas:
Raíces y perfil para la copla.
Y era, en su plenitud,
el alma entera: Voluntad afinada
y rumbo alerta.
¡La hora del milagro
y el canto a flor de labio!
Nació la voz. Dijo
la devota oración,
la sincera oración predestinada.
Estaba todo allí.
El eco no recogió la voz
desposeída
y el aire de la hora
amuralló sus formas en silencios.
¡Todo estaba allí!
¡Espejo inane de mi sueño!
Mudo el árbol.
El horizonte quieto.
Apagado el riacho.
Clausuradas las sombras.
Y el pájaro
-mentiroso de un canto inaprendido-
fijo,
radicado en un tiempo sin declives.
Y no hubo el amparo
de agonizar la copla
entre las cosas del paisaje.
Ni regresar,
sangrando la derrota,
por mundos compartidos,
entre signos propicios
o manos compañeras.
Ni el alivio de saberse
desdoblado en la queja y el martirio.
Y todo estaba allí:
Hondura y dimensión
hacia el aire sin fondo del espejo...
¡Y era la hora del milagro
con la loca mentira del milagro!
Por eso
estas ramas del canto en que lo digo
tienen este nudo tan prieto
y esta manera de estrella dislocada.
Las trizas de mi voz
provienen del espejo.
Sólo recopian
-para la copla muerta-
el aire de un milagro de cristal
y sin fecha.
Y no se oirá jamás
el canto de aquél pájaro, fijo,
radicado en un tiempo sin declives.
Horacio J. de la Cámara (1952)