II - la calle
La BBC decía que en Birmania los militares la habían tomado con los monjes budistas, o puede que fueran los monjes quienes la habían tomado con los militares, no estaba claro el asunto, imágenes de antidisturbios apaleando a la gente por aquí y por allá, un monje muerto flotando en un pantanal, mas muertos acullá y por la parte más vertida de un vertedero, gente corriendo, generales celebérrimos hablando a la prensa de cordura, acusando a la población y los monjes de violentos, o quizás fuera un monje quien hablaba de cordura y acusaba a un almirante de violento, no se, no recuerdo, un asunto muy turbio aquel.
En un lapso de vulgar mediocridad me di cuenta de que tenía hambre, apagué la tele, me vestí y bajé al garito del Hotel donde cinco ancianos del servicio, sentados porque de pie habían perdido la costumbre de respirar, se iban disolviendo lentamente con la humedad, en silencio, sin lamentos, quietos como lagartijos… Algo misericordioso.
_Buenos días –saludé.
Nadie dijo nada, no se movió un protón en aquella sala demasiado grande. Creo que mis palabras no llegaron a sus oídos. El Mal Invisible las paró por el camino para que aquellos hombres, en vía de extinción, no gozaran ni de un buen deseo… Sus ojos inodoros, fijos en la nada esencial, exteriorizaban un vacío sempiterno, un aburrimiento padre y espíritu santo de todos los aburrimientos.
Seguí hacia el patio, allí una legión de cuervos, que habían arraigado en un enorme árbol de mangos, graznaban, tal vez alegremente, coplas disonantes a tono con lo grisáceo, espantosamente decadente y sucio, del espacio colindante .
Salí a la calle y se me aproximó un desarrapado salido de ultratumba:
_Señor ¿Taxi?
Seguí calle abajo, otro zombie descalzo:
_¿Taxi señor?
Este venía con sus camaradas:
_¿Necesitar algo señor? ¿Plata oro?
_¿Puedo ayudar mister? ¡Mi ser guía!
Intenté apretar el paso pero no pude, la calle estaba colapsada de gente y autos.
_¡Señor! ¡Señor! ¿Emporium mirar? ¡Gratis!
_¡Mister! ¡Aquí! ¡Internet! ¡Teléfono! ¡Internacional! ¡Muy barato!
_¿Taxi señor?
_Pst ¿Hashish?
_¡Afeitar rápido señor! ¡Diez rupias!
El ruido era infernal. Todos gritaban, por tanto todos debían gritar más y más para poder oírse unos a otros. Todo lo que llevaba motor o pedales tenía bocina, extremadamente sonoras las bocinas, incesantes y molestas bocinas, muy jodidas las bocinas, algo infernal las bocinas. La calle estaba tomada por viandantes porque la acera estaba ocupada por vacas, mendigos durmientes o retozantes, prodigiosos generadores de electricidad y vendedores de cualquier artilugio portentoso. Los límites de polución del aire eran tan altos que hasta las palomas bajaban al pavimento (por llamarle así) a buscar restos de oxígeno entre los cientos de gargajos de las cabras y los viandantes.
Acababa de salir y ya sudaba como un cerdo, alguien inspiro nariz adentro un solemne moco, lo regocijó garganta arriba y lo escupió a presión, con sorprendente habilidad, lanzándolo contra la rueda de un carro raro, prehistórico diría yo, tirado por un búfalo, que transportaba sacos de vaya uno a saber que.
Miré al ex propietario del moco. Un sikh que estaba sentado frente a su mesita con relojitos y baratijas junto a la acera:
_ ¡Aló Mister! ¿Quiere un reloj? ¡Muy barato!
_ ¡Vete a la mierda imbecil!
_ ¡Mister! ¡No dinero para reloj mi puedo vender pulsera bisutería!¡mucho barato!
_¡Jódete!
_¿Hashish?
Una joven con dos bebés en brazos se me echó encima:
_¡Aló mister!. Dinero. Comida. Mis hijos. Por favor.
_ ¡Estos no son tus hijos! ¡Los alquilas en la estación de autobuses! ¡Lárgate!
La tuve que empujar para que me dejase pasar, la joven se rió y el sikh también... Y ya: La mosca, el humo, el ruido, la humedad y el calor empezaron ha hacer efecto.
Di dos pasos y se me cruzó un taxista medieval (un caballero que tiene un vetusto carro de tracción animal para transportar prójimos, la curiosidad es que el animal es el taxista en persona)
_ ¿Alguna parte ir? –me preguntó el tira-carros desarrapado - ¡Yo llevar!
_ ¡No!
_Mi llevar, barato, barato
_¡no no!
_¡Mi guía, Benares todo, 50 rupias!
_¡NOOO!
Me empecé a degradar a bestia sin ton ni son y le pegué una patada al carro de los cojones.
_¡Pst! ¿Hashish? –Me susurra otro por la espalda
Miré a un lado y a otro, no podía pasar, el taxista medieval me bloqueaba el paso. Me miré al camello de arriba abajo:
_ ¿Qué te pasa delincuente? –Le grité fuera de mi y fuera de Benares – ¿Tengo cara de drogadicto?
Por un instante se produjo una cadencia en el volumen colectivo, la tropa colindante se giró a mirar y el camello se desvaneció como por arte de magia. Miré amenazante a algunos de los que me observaban, le pegué otra patada al carro del taxista medieval que sin mediar argumento partió al trote… Volví a mirar a un lado y otro cual si fuere Suarsenagre, sentí un respeto respetuosamente respetuoso a mi alrededor…Saboreé el instante, pero sin regodearme (lo bueno dura mero) y salí a toda prisa… Así fue como, por arte de la chulesca violencia pública, pude arribar al restaurante sin más ofrecimientos ni percances, tal cual Jan Clot Vandam.
Y es que cada momento requiere su especia, como cada buen noche de sexo o plato de espagueti
¿o no?
La BBC decía que en Birmania los militares la habían tomado con los monjes budistas, o puede que fueran los monjes quienes la habían tomado con los militares, no estaba claro el asunto, imágenes de antidisturbios apaleando a la gente por aquí y por allá, un monje muerto flotando en un pantanal, mas muertos acullá y por la parte más vertida de un vertedero, gente corriendo, generales celebérrimos hablando a la prensa de cordura, acusando a la población y los monjes de violentos, o quizás fuera un monje quien hablaba de cordura y acusaba a un almirante de violento, no se, no recuerdo, un asunto muy turbio aquel.
En un lapso de vulgar mediocridad me di cuenta de que tenía hambre, apagué la tele, me vestí y bajé al garito del Hotel donde cinco ancianos del servicio, sentados porque de pie habían perdido la costumbre de respirar, se iban disolviendo lentamente con la humedad, en silencio, sin lamentos, quietos como lagartijos… Algo misericordioso.
_Buenos días –saludé.
Nadie dijo nada, no se movió un protón en aquella sala demasiado grande. Creo que mis palabras no llegaron a sus oídos. El Mal Invisible las paró por el camino para que aquellos hombres, en vía de extinción, no gozaran ni de un buen deseo… Sus ojos inodoros, fijos en la nada esencial, exteriorizaban un vacío sempiterno, un aburrimiento padre y espíritu santo de todos los aburrimientos.
Seguí hacia el patio, allí una legión de cuervos, que habían arraigado en un enorme árbol de mangos, graznaban, tal vez alegremente, coplas disonantes a tono con lo grisáceo, espantosamente decadente y sucio, del espacio colindante .
Salí a la calle y se me aproximó un desarrapado salido de ultratumba:
_Señor ¿Taxi?
Seguí calle abajo, otro zombie descalzo:
_¿Taxi señor?
Este venía con sus camaradas:
_¿Necesitar algo señor? ¿Plata oro?
_¿Puedo ayudar mister? ¡Mi ser guía!
Intenté apretar el paso pero no pude, la calle estaba colapsada de gente y autos.
_¡Señor! ¡Señor! ¿Emporium mirar? ¡Gratis!
_¡Mister! ¡Aquí! ¡Internet! ¡Teléfono! ¡Internacional! ¡Muy barato!
_¿Taxi señor?
_Pst ¿Hashish?
_¡Afeitar rápido señor! ¡Diez rupias!
El ruido era infernal. Todos gritaban, por tanto todos debían gritar más y más para poder oírse unos a otros. Todo lo que llevaba motor o pedales tenía bocina, extremadamente sonoras las bocinas, incesantes y molestas bocinas, muy jodidas las bocinas, algo infernal las bocinas. La calle estaba tomada por viandantes porque la acera estaba ocupada por vacas, mendigos durmientes o retozantes, prodigiosos generadores de electricidad y vendedores de cualquier artilugio portentoso. Los límites de polución del aire eran tan altos que hasta las palomas bajaban al pavimento (por llamarle así) a buscar restos de oxígeno entre los cientos de gargajos de las cabras y los viandantes.
Acababa de salir y ya sudaba como un cerdo, alguien inspiro nariz adentro un solemne moco, lo regocijó garganta arriba y lo escupió a presión, con sorprendente habilidad, lanzándolo contra la rueda de un carro raro, prehistórico diría yo, tirado por un búfalo, que transportaba sacos de vaya uno a saber que.
Miré al ex propietario del moco. Un sikh que estaba sentado frente a su mesita con relojitos y baratijas junto a la acera:
_ ¡Aló Mister! ¿Quiere un reloj? ¡Muy barato!
_ ¡Vete a la mierda imbecil!
_ ¡Mister! ¡No dinero para reloj mi puedo vender pulsera bisutería!¡mucho barato!
_¡Jódete!
_¿Hashish?
Una joven con dos bebés en brazos se me echó encima:
_¡Aló mister!. Dinero. Comida. Mis hijos. Por favor.
_ ¡Estos no son tus hijos! ¡Los alquilas en la estación de autobuses! ¡Lárgate!
La tuve que empujar para que me dejase pasar, la joven se rió y el sikh también... Y ya: La mosca, el humo, el ruido, la humedad y el calor empezaron ha hacer efecto.
Di dos pasos y se me cruzó un taxista medieval (un caballero que tiene un vetusto carro de tracción animal para transportar prójimos, la curiosidad es que el animal es el taxista en persona)
_ ¿Alguna parte ir? –me preguntó el tira-carros desarrapado - ¡Yo llevar!
_ ¡No!
_Mi llevar, barato, barato
_¡no no!
_¡Mi guía, Benares todo, 50 rupias!
_¡NOOO!
Me empecé a degradar a bestia sin ton ni son y le pegué una patada al carro de los cojones.
_¡Pst! ¿Hashish? –Me susurra otro por la espalda
Miré a un lado y a otro, no podía pasar, el taxista medieval me bloqueaba el paso. Me miré al camello de arriba abajo:
_ ¿Qué te pasa delincuente? –Le grité fuera de mi y fuera de Benares – ¿Tengo cara de drogadicto?
Por un instante se produjo una cadencia en el volumen colectivo, la tropa colindante se giró a mirar y el camello se desvaneció como por arte de magia. Miré amenazante a algunos de los que me observaban, le pegué otra patada al carro del taxista medieval que sin mediar argumento partió al trote… Volví a mirar a un lado y otro cual si fuere Suarsenagre, sentí un respeto respetuosamente respetuoso a mi alrededor…Saboreé el instante, pero sin regodearme (lo bueno dura mero) y salí a toda prisa… Así fue como, por arte de la chulesca violencia pública, pude arribar al restaurante sin más ofrecimientos ni percances, tal cual Jan Clot Vandam.
Y es que cada momento requiere su especia, como cada buen noche de sexo o plato de espagueti
¿o no?
Última edición por Evil 333 el Miér Jul 09, 2008 3:43 pm, editado 2 veces