El viejo hombre del servicio que me acompañaba para enseñarme mi habitación subía sosegado las espaciosas escalinatas, apoyándose en aquel pasamanos de madera tallada, era lustroso el pasamanos, no por que lo pulieran… No saben pulir los indios, o si saben lo guardan en imperioso secreto, en realidad todo lo relacionado con la limpieza es un misterio en la India, algo oculto, velado, ajeno al ojo humano.
Subía sin hacer ruido aquel hombre sin expresión, como si quisiera evitar hacerse notar, o tal vez no quisiera o quisiese despertar al Mal subyacente en algún rincón de aquel edificio, dicho sea de paso, demasiado grande para tan poca bípeda actividad, descontados los alegres monicacos que anidaban en la azotea y eran huéspedes habituales del lugar, y el resto de la variopinta fauna de Benares, que tenía al abordaje el Shilton tomado.
Yo subía del mismo modo, pausado, mirando la calidad de la arquitectura británica, sólida, elegante, amplia, muy amplia, demasiado amplia, demasiado alto el techo para los despreocupados indios que dejaban a los murciélagos roncar colgados de él y posar sus cagaditas sobre las prefectas graderías… pero ¡ah! ¡la pasión por el espacio! esa especie de complejo, digamos... ¿de inferioridad? tan británico, que les llevó a conquistar su propio mundo, repleto de desiertos y junglas impenetrables, para poder gritar en flemática pose: “God shave the queen”
Pero no era lo que veía con los ojos lo que me más distraía mi atención. Algo en las amarillentas y mortecinas paredes, una invisibilidad presente, atrapada en la humedad que lo devoraba todo, farfullaba en resonancias una melancolía infinita que se estiraba en ecos lánguidos, una melancolía viva que anegaba cada poro, cada átomo de todo y todos cuantos éramos en aquel lugar apagado, mortecino y sin sonrisas… contagiado de lo que yo pasé a llamar, en un rapto de inspiración súbito: “el síndrome Bubu”, en honor al sirviente de mi habitación que, como supondrá el lector, se llamaba Bubu, tenía 56 años, no sabía inglés y era de Bihar, donde, según él (y esto es un secreto) aún quedan dragones voladores… Bubu, el bihari que nunca vi sonreir, al menos con naturalidad
Pero en el Hotel Shilton de Assi Ghat, en Benares, nunca vi sonreír con naturalidad a nadie
Última edición por Evil 333 el Miér Jul 09, 2008 3:41 pm, editado 1 vez