Tal vez debería empezar con el típico “érase una vez, en una tierra muy, muy lejana…” definitivamente así me sentí. Caminando por el más concurrido centro comercial, divagando cual par de zapatos comprar, y a mi lado en la vitrina, esta ella. Al ver su reflejo en el vidrio me quede sin palabras, las fuerza de mis músculos desapareció por completo. Son demasiados años sin saber nada de ella y de pronto esta junto a mí, viendo los zapatos en la vidriera como si no hubiese pasado el tiempo. Ella no me había visto todavía, así que pude detallarla lentamente. Tenía el cabello más largo, hasta la mitad de la espalda. Suave, brillante y bien cuidado, conservaba el olor a camomila que se metía por mis poros drogándome y llevándome a un estado de relajación tal que me hacía olvidar que yo existía. Le había aumentado el busto, tal vez una talla y le daba un aura de imponencia. Mantenía los rasgos duros, de quien no puede ser sorprendida por nada ni por nadie, pero escondidos tras las gafas, en el fondo de las cuencas de sus ojos se podía deslumbrar esa flama de malicia e inocencia. Vestía formal, tal vez andaba trabajando, un pantalón negro pegado a los muslos y un poco más amplio abajo, una camisa verde oliva, que con el blazer negro de pequeñas rayas blancas, le acentuaban los senos discretamente. Definitivamente no era la chica con quien había pasado varias noches en vela aprendido los secretos del alcohol y discutiendo desde las implicaciones actuales de la filosofía de Heráclitos, por que Maná era la peor banda de música, hasta enumerando las ventajas de ser un colibrí y no una mariposa.
Han transcurrido muchos años, tal vez 15, aunque mi memoria no es de confiar. Mi mente volaba de recuerdo en recuerdo, como un caballo de exhibición saltando la talanquera. Comparando este ser serio, centrado, con los ojos claros en lo que tiene que hacer para lograr sus metas, con aquella chica algo indecisa sobre la carrera que tomar, lidiando con la imposición del papá, la manipulación de la madre y sus propios deseos, en ese momento se dio vuelta. Quedamos frente a frente, tan cerca para besar sus labios. Dudó por un segundo, pero logró sacar del fondo de su mente el recuerdo de ese amigo medio vago y deshilachado que era yo.
El asombro fue mutuo, un par de minutos en palabras inacabadas por la emoción, su rostro lleno de luz, con esa sonrisa amplia y sincera, mostrando todos los dientes, y la marca del piercing en la lengua que le acompañé a ponerse para retar al papá. Nos abrazamos y nos dimos los dos besos, uno por cada mejilla, vieja maña que nos quedo. Estas trabajando en un bufete, así que decidiste hacer lo que querías, me alegro, y ¿qué tal? ¿cómo te va?, si vale yo también me alegro que nos encontráramos, que pequeño es el mundo. Vamos a tomarnos un café, no me importa que tengas que trabajar, jubílate esta tarde, tenemos mucho de que hablar. Si que has cambiado, pareces toda una dama. La sonrisa no se podía escapar de mi rostro. Tantas cosas pasadas, tantas decisiones compartidas y discutidas que cambiaron toda la vida. La sensación extraña de felicidad máxima subía desde mis pies, por mi pecho hasta la coronilla una y otra vez como relámpagos. Esa felicidad de adolescente que después es cambiada por la complacencia del adulto y que jamás se sabe cuando se perdió.
Logre raptarla a un café que había descubierto en uno de mis ataques de caminar la ciudad. Un viejo local, escondido de las calles principales, mantenía ese aire de cuando la ciudad rebosaba de juventud y orden. Sólo eran cinco mesas en plena acera, pero el grano era sembrado y molido por los hijos de los dueños en unas pequeñas tierras en el llano y traído exclusivamente. Se podía olor el amor y la dedicación puesto en cada grano, haciendo que el acto de beber el contenido de aquellas tazas blancas fuese todo un ritual, dejando una sensación de serenidad y reposo en el alma. El matrimonio se encargaba de atender, la edad los hacía lentos, pero siempre con una gran sonrisa y dispuesto a hablar 15 minutos de las maravillas de su local con nombre de familia y su propio escudo de armas corroído por el pasar de los años. En ese lugar en que el tiempo se detenía, donde todo pasaba en cámara lenta y se podía escapar del griterío de la megalópolis, nos sentamos una vieja amiga y yo para recuperar un poco de aquella vida perdida.
Su padre decía que todos los abogados son unos corruptos sin alma, que eran los culpables de la eterna crisis que pesaba sobre el país y que amenazaba con un estallido social desde un siglo atrás y, por lo tanto, no quería esa mancha en su apellido. Ella presentado las pruebas para ingresar a la escuela de derecho a espaldas de él, que quería una hija ingeniero que construyera puentes. Cuando la aceptaron, con una mano le entregaba los resultados y con la otra agarraba su maleta. ¿te imaginas? Yo con un casco todo el día, la camisa arremangada, tragando polvo, lidiando con un montón de obreros que pasan todo el día buceándome. No, definitivamente eso no es para mi. Siempre fuiste una chica muy coqueta, aunque cuidadosa de no dar la imagen de chica fácil, quien llegara a ti tenía que ganárselo con ahínco, trabajo constante y una gran paciencia para soportar tus desplantes. No seas tan malo conmigo chico, la cosa no era tan así. ¿qué si no? Yo todavía me acuerdo de ese pobre que hiciste saltar de un segundo piso a la piscina y se rompió la cabeza. Oye verdad, no me acordaba de eso, llevaba un mes pidiéndome que saliera con él y le dije que si saltaba iríamos al cine. Aja, y luego no lo fuiste a ver a la clínica y cuando logro recobrarse y buscarte le dijiste, de lo más seria, que si no podía con una niñedad como ese salto, no era digno de salir contigo. El pobre pasó dos semanas metido en su casa sin que nadie supiera de él. Si vale, era un niño el chico. Bueno, como te decía, me fui de la casa, a vivir en casa de quien me cobijara por una noche. Conseguí trabajo y poco a poco me levante sobre mis dos pies. Unos años después de graduarme a mi viejo le encontraron cáncer de próstata y le dio por buscarme. Ahora llevamos una relación cordial, podemos sentarnos en la mesa sin lanzarnos los platos… y con aquella risa tan fresca, echando la cabeza hacia atrás con cada carcajada, nos fuimos alejando cada vez más de todo, hasta de nosotros mismos.
Verla así es algo que no puedo explicar. Siempre habíamos sido confidentes y exploramos el mundo tomados de la mano, dispuesto a conquistarlo y enterrar nuestra bandera en cada ser vivo. Era un ser que hechizaba a todo el mundo. Con sólo estar cerca de ella se tenía la urgencia visceral de saber más, de orbitar a su alrededor como si se fuese una luna. Transmitía un deseo de fundirse el ella y una necesidad sexual que volvía loco a ambos sexos. Pero siempre rehuía a todo el mundo, les tenía miedo. No sabía que hacer con eso que expulsaba por cada poro y los hombres le daban miedo, ninguno entendía que lo que buscaba era alguien en quien cobijarse y ella estaba harta de ser siempre la fuerte. Ahora era más centrada, más dueña de sí misma, sin tantas preocupaciones por dañar el apellido de la familia. Pero también un poco más atrapada en alcanzar lo que buscaba, sin saber tras que meta corría. Simplemente corría hasta que algún día se tropezara con algo. Se le notaba la experiencia sexual en el cuerpo, la caída de los senos, la forma de tomar la taza, la pose al sentarse. Estaba cómoda con su cuerpo y su sexualidad. Me sentí feliz por ella. Había conquistado sus miedos.
¿yo?, Bueno ¿qué te puedo decir?, entre en el seminario como había planeado. La cosa es más complicada de lo que parece. Son años duros de mucho trabajo y dedicación y los padres ponen a prueba la fe del novicio todos los días. El trabajo en las zonas pobres me afecto muchísimo, no había visto algo parecido. Niños con lombrices en el estomago, con sólo medio pan viejo para comer en el día. La gente muriéndose por las enfermedades de transmisión sexual y agua contaminada. Fue bastante duro, para mi eran cosas que se leían en los periódicos de vez en cuando y ya, pero al tenerlo en frente… es el golpe más duro que me han dado. Una vez fuimos de emergencia a una casa, cuando llegamos era para darle los últimos sacramentos a un niño de cuatro años. La droga que había consumido la madre durante el embarazo, la malnutrición y los golpes del padre acabaron con él. Pero bueno, Dios es grande y tiene esa alma acurrucada en su lecho. Después de hacer los votos, estuve viajando por todos los continentes y regresé hace unos años. Estoy encargado de una pequeña iglesia no muy lejos de aquí. Me siento feliz en verdad.
Fue pasando el tiempo y las anécdotas poco a poco se acabaron, el silencio llego rápidamente sin preaviso, así como el inicio de la noche. Ella se quedo viendo el fondo vació de su taza con los rasgos haciéndose más tenues, se le borró la seriedad de la comisura de sus labios. Yo sabía lo que estaba pensando, y le tenía miedo. Aquel viejo pasado me llego como la primera brisa fría del anochecer. No había pensado en eso en mucho tiempo y creía haber pagado por mis pecados con creces, pero al ver su rostro entendí que jamás los pagaría. Esperaba que no hiciera la pregunta, pero la hizo: ¿te imaginas como estaríamos si no hubiéramos estado juntos? No había respuesta simple para eso. Una noche en su cuarto hicimos el amor. Todo hubiera quedado ahí, experiencia de juventud, un juego de adolescentes que se veía venir desde hacía tiempo. Pero Dios y la vida tienen cruces extraños. Dos meses después, me dijo que estaba embarazada.
Fueron dos semanas donde no dormí, no comí y ni siquiera viví. No sabíamos que hacer, pasamos noches discutiendo. Ella quería abortar, yo no podía concebirlo, eliminar una vida, un alma inmortal así como así, como sacarse una espinilla. Era lo más ilógico que había oído. Cada día que pasaba era peor, los insultos, las cosas volando, la desesperación que crecía con cada bocanada de aire. No podía ni verla a la cara ¿cómo se le ocurría pensar en matar a ese niño? ¿obligarlo a pagar por nuestro pecados?, debería estar demente… aunque más demente estaba yo. Con cada argumento me iba convenciendo, sin darme cuenta. La comida del niño, donde viviría, ¿matrimonio?, el decirlo a nuestros padres era casi pedirles que nos exiliaran, además, poníamos en primera línea de batalla esos futuros que nos estábamos construyendo desde muchos años atrás e íbamos hinchándolos todos los días. Estábamos pálidos y cansados, ni siquiera discutíamos, nos quedábamos en silencio viéndonos uno al otro, estudiando los surcos en el entrecejo que nos regalaba la situación. Las palabras sobraban, ver sus ojos y una leve inclinación de cabeza fueron las muestras de mi derrota. Condenaba las tres vidas al eterno infierno a cambio de una corta vida con mejor prospecto de lo que se mostraba en ese momento.
Siempre esta quien conoce a alguien, que conoce a alguien que oyó alguna vez que X persona podía hacer un contacto para ayudar con ese tipo de “problemas”. Me asombró y asustó lo fácil que era el proceso. Un par de conversaciones con nombres falsos (no fuese a ser que el chisme llegara a oíos indeseados), exámenes de sangre, el correspondiente pago y una cita para un día no tan lejano como lo necesitaba para poner las cosas en perspectiva. La noche antes acordamos estar juntos en todo el proceso, si lo hicimos juntos, pues también lo matamos juntos. La ceremonia del preludio era más sublime de lo que podía tolerar, pero con su mamo en la mía, tenía que ver hacia los lados. Los guantes de goma, las palabras “relájate, pasará en un momento” todavía tengo pesadillas con esa frase. Colocar los implementos uno a uno, como si fuesen cristal de las lágrimas del último niño puro, quien sabe, tal vez si lo eran. Un niño puro moriría por obra de ellas.
El resto son vagos vestigios, collage de frases. Una sensación húmeda y fría bajando desde mi hombro hasta la mano, “esta listo, vístete”, esa pequeña vara saliendo de su vientre, con los trozos de mi hijo pegados. Rojo, todo se volvió rojo, la sangre del más puro inocente. El dolor en las manos de la intrañable amiga de apretar la camilla, el reproche en sus ojos preguntándome por qué la deje hacerlo, por qué no la detuve... y las tres gotas de sangre en el piso, perfectamente redondas, formando un triangulo, la tríada de padre-hijo-espíritu santo, padre-madre-hijo... todo se veía pisoteado por ese infame que se vuelve hipócrita frente al Juramento Hipocrático. No puedo decir que sentí algo apoderándose de mi, que no sabía lo que hacía. Estaba en total conocimiento, racionalizando cada detalle de lo que iba a suceder. Fue el más sencillo acto, tomar esa vara que ya había asesinado, muchas más veces de las que soy capaz de soportar, y simplemente clavarla en la espalda del asesino mientras se lavaba las manos... Nadie sabía nada, nombres falso, entradas discretas, terminar de vestirse y salir.
Y así nos encontramos en una pequeña mesa, en un apartado rinconcito, bebiendo un café cosechado por hijos, vendido por los padres. Enfrentando las miradas esquivas, un par de lobos esteparios que jamás podrán sentirse cómodos con nadie, pues son forasteros en su propia piel. Sin siquiera compartir el dolor, el otro trae más dolor. Levante la taza para sorber la gota imaginaria que quedaba al fondo, cuando la regresé a la mesa ella había desaparecido.
(autoría de Luis Enrique Guzmán Ascanio)
cualquier que se atreva a plagiar este
escrito, total o parcialmente, será perseguido y
privado sensorialmente durante un mes
para, posteriormente,
ser enterrado en los médanos de Coro
con 20 escorpiones alrededor.
Luego, Tu carne sera procesada
y vendida como perro caliente en un juego Caracas - Magallanes
Que no se te olvide que te quiero mucho MUAK
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Última edición por eXsis el Sáb Abr 26, 2008 11:34 pm, editado 1 vez