Verso y prosa se mezclan en esta madrugada, aquí el río sigue corriendo indefinidamente, su porción de azufre bajo los manos, la noche que esquiva las balas, como si un escudo de miel atrapara el gesto aquel con el cual su mano adquiría en el saludo, promesas y versos, besos y la extraña manera suya de combatir con la punta de los dedos la fiebre de mis manos, que de manera urgente se precipitaban sobre ese abismo llamado carne, sudor y aquel gemido suyo caminando por mi sábana.
Verso y piel, prosa y cincel con el que jugaba entre mi risa que descubría oculta en esos volúmenes oscuros de letra apretada y triste, de fotos de familia, de singulares apreciaciones sobre las costumbres del ninguneo universal cuando mi boca se erizaba y clavaba mis dientes sobre tus muslos y despedía vocales y ayes y mis manos corrían al papel y desesperada la lágrima se batía en ese caos de baba y nudos en la garganta y decía la palabra, esa que tanto le gustaba, mientras subía y atravesaba como un paciente cirujano esa pila atroz de fantasmas y apariciones y desgarraba mi piel y crecía el beso y las lenguas se juntaban como para espantar en un instante, esa mi maraña de confusión y miedo cuando hablabas de irnos lejos, a cualquier parte a escribir cierto manifiesto y decías amor y decías barco, arena, pocito pequeño, decías ciudadela. Mariposa y bretel.
Verso y vos, y ella y todas las otras. Y le hablé de aquella noche en Velez cuando la paloma presentó al Mono Villegas y él en medio de ese estadio jugó con Rapsodia in blue, con la filarmónica y Calderón a la cabeza. Blackie caminó hacia el y depositó esa mano sobre aquel querido hombre y su magia y después mientras el pueblo gritaba de alegría dispararon la 1812 con cañones y todo mientras aquel suizo que estaba medio loco que abrazaba a todo el que se le cruzaba con una porción de pizza en una mano y su novia gringa le acariciaba el rostro y secaba sus lágrimas y sus mocos y decían a coros, “viva argentina” en su enrevesado castellano, esto es hermoso, decía y sin saberlo o si, me enseñó que todos podemos entendernos si queremos. Eso nunca se lo había dicho a nadie, ni a mi me lo decía. Por temor al ridículo y que me pudiera emocionar con esas tonterías, pero ella me curó y reímos juntos y nos abrazamos en esta nuestra distancia, en esa pila de kilómetros sin vernos y sin embargo, nos vimos y ella como nadie supo de esta urgencia mía por engullirme la vida en los balcones de la niebla, en los precipicios, en esa orfandad que tanto amo. En la necesidad de mirarme más allá de los espejos, y hacer de mi lo que el aire me necesite, las ráfagas de sueños, la algarabía de saber que de la muerte nadie vuelve, en la mano invisible de los años, de la implacable marca que traen los desencuentros.
Verso y vos, impasible y ecuánime nota de gozo entre avatares, miradas y sepias, espejo dulce y lejano. Tic tac, compás y señuelo. Columna de letras y abalorios. Arrullo, paloma y laberinto, multitudes de pasillos y celadas. ¿Y si no hubiera ido aquella tarde a esa plaza?¿Si me hubiera quedado en el silencio perpetuo de las sartenes y de las ollas o del atraso de los trenes mirando desde la ventanita gris de cualquier bar? siempre con la cucharita revolviendo el café y el pucho entre los labios. Aún la veo inmensamente dulce con tu rostro de cenicienta, su bello corazón de ángel y siento todavía como sus manos me recorren y no se, me quedo quieto con los ojos cerrados y la lágrima cae y dibuja algún nuevo pasadizo, y la veo partir, saludarme, decirme un chau....Cruzar la calle, buscar algún andén de una estación que se perdió entre la gente.
Verso y piel, prosa y cincel con el que jugaba entre mi risa que descubría oculta en esos volúmenes oscuros de letra apretada y triste, de fotos de familia, de singulares apreciaciones sobre las costumbres del ninguneo universal cuando mi boca se erizaba y clavaba mis dientes sobre tus muslos y despedía vocales y ayes y mis manos corrían al papel y desesperada la lágrima se batía en ese caos de baba y nudos en la garganta y decía la palabra, esa que tanto le gustaba, mientras subía y atravesaba como un paciente cirujano esa pila atroz de fantasmas y apariciones y desgarraba mi piel y crecía el beso y las lenguas se juntaban como para espantar en un instante, esa mi maraña de confusión y miedo cuando hablabas de irnos lejos, a cualquier parte a escribir cierto manifiesto y decías amor y decías barco, arena, pocito pequeño, decías ciudadela. Mariposa y bretel.
Verso y vos, y ella y todas las otras. Y le hablé de aquella noche en Velez cuando la paloma presentó al Mono Villegas y él en medio de ese estadio jugó con Rapsodia in blue, con la filarmónica y Calderón a la cabeza. Blackie caminó hacia el y depositó esa mano sobre aquel querido hombre y su magia y después mientras el pueblo gritaba de alegría dispararon la 1812 con cañones y todo mientras aquel suizo que estaba medio loco que abrazaba a todo el que se le cruzaba con una porción de pizza en una mano y su novia gringa le acariciaba el rostro y secaba sus lágrimas y sus mocos y decían a coros, “viva argentina” en su enrevesado castellano, esto es hermoso, decía y sin saberlo o si, me enseñó que todos podemos entendernos si queremos. Eso nunca se lo había dicho a nadie, ni a mi me lo decía. Por temor al ridículo y que me pudiera emocionar con esas tonterías, pero ella me curó y reímos juntos y nos abrazamos en esta nuestra distancia, en esa pila de kilómetros sin vernos y sin embargo, nos vimos y ella como nadie supo de esta urgencia mía por engullirme la vida en los balcones de la niebla, en los precipicios, en esa orfandad que tanto amo. En la necesidad de mirarme más allá de los espejos, y hacer de mi lo que el aire me necesite, las ráfagas de sueños, la algarabía de saber que de la muerte nadie vuelve, en la mano invisible de los años, de la implacable marca que traen los desencuentros.
Verso y vos, impasible y ecuánime nota de gozo entre avatares, miradas y sepias, espejo dulce y lejano. Tic tac, compás y señuelo. Columna de letras y abalorios. Arrullo, paloma y laberinto, multitudes de pasillos y celadas. ¿Y si no hubiera ido aquella tarde a esa plaza?¿Si me hubiera quedado en el silencio perpetuo de las sartenes y de las ollas o del atraso de los trenes mirando desde la ventanita gris de cualquier bar? siempre con la cucharita revolviendo el café y el pucho entre los labios. Aún la veo inmensamente dulce con tu rostro de cenicienta, su bello corazón de ángel y siento todavía como sus manos me recorren y no se, me quedo quieto con los ojos cerrados y la lágrima cae y dibuja algún nuevo pasadizo, y la veo partir, saludarme, decirme un chau....Cruzar la calle, buscar algún andén de una estación que se perdió entre la gente.