añil oscuro pintado de coplas que son solo para mi recuerdo,
y un café excitado que despide el bálsamo de un continente,
junto a la savia elemental del poema que leo sereno,
dibujando en mi mente la silueta del poeta escribiendo,
solapado y frío,
en mi invierno,
atento al momento,
al evento,
al último movimiento,
la muerte del tiempo,
el triunfo esperpéntico de la humana agonía,
el fin de los días,
la rabia y la ira dispuestas en rima,
el tufo y la muerte,
desdicha,
licuada en hastío,
en vil poesía…
Levanto la vista sin pena y reniego de todos vosotros:
¡Dóciles timoratos!
¡Eunucos