Bajo la luna brillaba el mar, como manto transparente, con miles de diamantes encima, que hermoso espectáculo... un hombre lo observaba desde la playa, una duna dorada casi blanca, remolinos de arena jugando a las escondida con los juncos, el silencio y el ir y venir de las olas, en sus ojos estaba el negro del cielo, y en su mejilla una lágrima, una lágrima desmayada que rodaba hasta chocar con la arena, llevaba en su humedad el deseo del amor perdido, el deseo de volver a sentir los golpes en el pecho al ver acercarse la silueta de la persona amada atravesar una puerta.
Las olas no estaban solas, algo bajo su superficie se movía, algo que no era un alga ni una roca, las rocas no tienen vida. El hombre que lloraba se inclinó para ver mejor, hasta le pareció ver unos cabellos y una silueta que se levantaba, bajo la luna plateada que parecía una mujer, se resfregó los ojos y pensó que alguien necesitaba ayuda, corrió hundiendo sus pies en la arena, cuando llegó una ola golpeó sus tobillos se detuvo soprendido. La mujer lo miró como quien ve un demonio, una mueca de horror y sus ojos se iluminaron de furia, él estiró la mano y dijo "no te haré daño" ella lo miró y el miedo se borró de su cara, bajo la luna era hermosa su pelo bailaba con el viento y sus ojos como dos enormes planetas celestes se unieron a los suyos.
Las olas iban y venían, una piedra negra cubierta de espuma cubría el cuerpo de aquella belleza extraña, el solo veía sus ojos, su cara, su pelo. Trató de acercarse, ella retrocedió, tímidamente se ocultó mas tras la piedra, por unos minutos parecieron jugar a las escondidas, hasta que ella, con los ojos llenos de verguenza se sentó, dejando brillar bajo la luna su aleta de pez azul. El hombre no comprendía, podía ser posible, tener una sirena real ante sus ojos? Estaba absorto, maravillado, intrigado y algo asustado. Ello lo miró, lo miró como alguna ves lo habían mirado en el pasado, con ese brillo especial y las pupilas grandes, negras como el cielo de la noche...
El le habló, ella no respondía mas que con una sonrisa, pero sus ojos no soltaban a los suyos, parecía que lo hipnotizaba, con su belleza, con su rareza. El se acercó mas, tanto que sintío el perfume de su piel, a sal y a miles de veranos de viento y algas, en su pelo la espuma del mar había dejado gotitas de diamante. Ella estiró su mano y tocó su rostro, el sintió como si sus dedos fueran de hielo, se quitó el abrigo y cubrió sus hombros desnudos, blancos como la arena del caribe.
Unas nubes grises cubrieron la luna, una mueca extraña transformó el rostro de la mujer en el agua, el trató de tocarla pero no lo dejó, su aleta se retorcía azul y brillante, entraba y salía del agua, hasta un grito salió de su boca, mezcla de horror y dolor, cayó de la roca y antes que el pudiera hacer nada, una ola se la llevó.
Estaba desesperado, no podía perder así a esa mujer, no sabía quien era, de donde venía ni donde iba, luego de unos minutos mirando hacia todas partes la vió alzando la mano bajo el agua. Corrió hacia ella y la tomó, sus ojos estaban como idos, y sus labios violetas, la llevó a la orilla y tosiendo casi gritando escupió agua como ahogada. El no entendía que pasaba, ella todavía llevaba el saco mojado y pesado sobre sus hombros, el la miraba sin saber que pasaba, ella sonrió y le acarició el rostro, así como si nada se puso de pié, la aleta no estaba, se cubrió como pudo con el abrigo mojado, el la abrazó sonriendo y ambos se alejaron por el camino entre las dunas, la camioneta estacionada lo llevaría de nuevo a la ciudad, donde ya no estaría solo.
Las olas no estaban solas, algo bajo su superficie se movía, algo que no era un alga ni una roca, las rocas no tienen vida. El hombre que lloraba se inclinó para ver mejor, hasta le pareció ver unos cabellos y una silueta que se levantaba, bajo la luna plateada que parecía una mujer, se resfregó los ojos y pensó que alguien necesitaba ayuda, corrió hundiendo sus pies en la arena, cuando llegó una ola golpeó sus tobillos se detuvo soprendido. La mujer lo miró como quien ve un demonio, una mueca de horror y sus ojos se iluminaron de furia, él estiró la mano y dijo "no te haré daño" ella lo miró y el miedo se borró de su cara, bajo la luna era hermosa su pelo bailaba con el viento y sus ojos como dos enormes planetas celestes se unieron a los suyos.
Las olas iban y venían, una piedra negra cubierta de espuma cubría el cuerpo de aquella belleza extraña, el solo veía sus ojos, su cara, su pelo. Trató de acercarse, ella retrocedió, tímidamente se ocultó mas tras la piedra, por unos minutos parecieron jugar a las escondidas, hasta que ella, con los ojos llenos de verguenza se sentó, dejando brillar bajo la luna su aleta de pez azul. El hombre no comprendía, podía ser posible, tener una sirena real ante sus ojos? Estaba absorto, maravillado, intrigado y algo asustado. Ello lo miró, lo miró como alguna ves lo habían mirado en el pasado, con ese brillo especial y las pupilas grandes, negras como el cielo de la noche...
El le habló, ella no respondía mas que con una sonrisa, pero sus ojos no soltaban a los suyos, parecía que lo hipnotizaba, con su belleza, con su rareza. El se acercó mas, tanto que sintío el perfume de su piel, a sal y a miles de veranos de viento y algas, en su pelo la espuma del mar había dejado gotitas de diamante. Ella estiró su mano y tocó su rostro, el sintió como si sus dedos fueran de hielo, se quitó el abrigo y cubrió sus hombros desnudos, blancos como la arena del caribe.
Unas nubes grises cubrieron la luna, una mueca extraña transformó el rostro de la mujer en el agua, el trató de tocarla pero no lo dejó, su aleta se retorcía azul y brillante, entraba y salía del agua, hasta un grito salió de su boca, mezcla de horror y dolor, cayó de la roca y antes que el pudiera hacer nada, una ola se la llevó.
Estaba desesperado, no podía perder así a esa mujer, no sabía quien era, de donde venía ni donde iba, luego de unos minutos mirando hacia todas partes la vió alzando la mano bajo el agua. Corrió hacia ella y la tomó, sus ojos estaban como idos, y sus labios violetas, la llevó a la orilla y tosiendo casi gritando escupió agua como ahogada. El no entendía que pasaba, ella todavía llevaba el saco mojado y pesado sobre sus hombros, el la miraba sin saber que pasaba, ella sonrió y le acarició el rostro, así como si nada se puso de pié, la aleta no estaba, se cubrió como pudo con el abrigo mojado, el la abrazó sonriendo y ambos se alejaron por el camino entre las dunas, la camioneta estacionada lo llevaría de nuevo a la ciudad, donde ya no estaría solo.