Ya me imagino su fiesta...
...Y que lo bailen solos, que los quiero ver zapatiar sin esperanzas: que el ideal de la vida se reduzca a dar un taquito elegante para cerrar pieza, y esperar que coloquen responsable melodía. La rumba está que no puede más.
Y miraba yo los diversos estados de la rumba: el agotamiento, el despropósito, la patanería, los jovencitos que arruinaban su futuro en una noche de excesos. Y en el momento de perder todo valor ante los ojos de la amada exclamaban el himno de los pepos "¡Vale güevo!", para caer, a la media hora, en cualquier rincón presa del arrepentimiento contra el que nadie puede, pero se regodean en buscarlo, en sentirlo, sin saber que eso es lo que produce el cansancio mayor. Los organizadores de la fiesta lo intentaban despertar con toda cortesía, y él abría los ojos insultando al mundo. Entonces le colocaban dos buenas patadas y fuera de allí , mocoso, y él pensaría, como los viejos: "La vida no vale nada", y caminaba tres pasos contradictorios, alcanzaba a proclamarse superior a todo eso antes de caer al lado de un poste pensando: "Le dedicaré mi vida al ajetreoy el desorden será mi amo. Ahora durmamos". Tiniebla profunda del entendimiento. [...] Se despertaría después de albergar, zumbando, el pensamiento de que lo estaban achicharrando al sol. Cuántas veces lo pensó y cuántas veces postergó el momento de la despertada, el horror de lo que no logró olvidarse, la vergüenza de los hechos tan recientes. [...] Dio un brinco, pensando que tal vez su concepto del mundo cambiaría si lo enfrentaba de pie. Fue peor, pues la posición vertical indicaba una asunción y un abismo. Entonces corrió, pues el hombre que sufre [...] se olvida corriendo de su espíritu. La casa de su novia no quedaría a más de dos cuadras. Tocó como un loco en esa puerta recién pintada y despertó a todo el mundo (recién dormido) y pidió los mil perdones a su novia: "Tú lo sabes, efecto de la borrachera".
...Y que lo bailen solos, que los quiero ver zapatiar sin esperanzas: que el ideal de la vida se reduzca a dar un taquito elegante para cerrar pieza, y esperar que coloquen responsable melodía. La rumba está que no puede más.
Y miraba yo los diversos estados de la rumba: el agotamiento, el despropósito, la patanería, los jovencitos que arruinaban su futuro en una noche de excesos. Y en el momento de perder todo valor ante los ojos de la amada exclamaban el himno de los pepos "¡Vale güevo!", para caer, a la media hora, en cualquier rincón presa del arrepentimiento contra el que nadie puede, pero se regodean en buscarlo, en sentirlo, sin saber que eso es lo que produce el cansancio mayor. Los organizadores de la fiesta lo intentaban despertar con toda cortesía, y él abría los ojos insultando al mundo. Entonces le colocaban dos buenas patadas y fuera de allí , mocoso, y él pensaría, como los viejos: "La vida no vale nada", y caminaba tres pasos contradictorios, alcanzaba a proclamarse superior a todo eso antes de caer al lado de un poste pensando: "Le dedicaré mi vida al ajetreoy el desorden será mi amo. Ahora durmamos". Tiniebla profunda del entendimiento. [...] Se despertaría después de albergar, zumbando, el pensamiento de que lo estaban achicharrando al sol. Cuántas veces lo pensó y cuántas veces postergó el momento de la despertada, el horror de lo que no logró olvidarse, la vergüenza de los hechos tan recientes. [...] Dio un brinco, pensando que tal vez su concepto del mundo cambiaría si lo enfrentaba de pie. Fue peor, pues la posición vertical indicaba una asunción y un abismo. Entonces corrió, pues el hombre que sufre [...] se olvida corriendo de su espíritu. La casa de su novia no quedaría a más de dos cuadras. Tocó como un loco en esa puerta recién pintada y despertó a todo el mundo (recién dormido) y pidió los mil perdones a su novia: "Tú lo sabes, efecto de la borrachera".