Cuanto más me aproximaba a la que fuera la casa de mi abuela, me iba poniendo más nerviosa;
desde que la abuela murió no había vuelto por allí, la casa llevaba cerrada algo más de diez años. Curiosamente durante el camino a mi pensamiento no se asomaba mi abuela, únicamente pensaba en Sofía; ¿seguiría estando allí?.
Giré la llave en la oxidada cerradura y entré precipitadamente, como cuando era una niña, directa al pequeño comedor donde solía jugar; y allí, estaba Sofía.
Me pareció estar oyendo a mi abuela:
-Voy a salir Cristina, quedate aquí jugando pero no cojas a Sofía, es muy delicada y puede romperse,
Entonces yo me sentaba en la alfombra y me ponía a jugar con mis otras muñecas, pero Sofía no dejaba de mirarme con esos brillantes ojos negros abiertos de par en par.
Sofía tenía las manos finas y blancas como la nieve y también su cara era blaanca, blanca. Su boca era muy pequeña y su pelo oscuro y rizado.
Llevaba un vestido de terciopelo color vino burdeos con una cenefa de encaje blanco en la cintura y el mismo encaje en la pechera, y en la cabeza llevaba un precioso lazo a juego con su vestido.
Una tarde, mientras la abuela estaba trabajando en el pequeño huerto que se encontraba detrás de la casa, me senté en la alfombra rodeada de todas las muñecas y me puse a jugar como solía hacer siempre, entonces oí pronunciar mi nombre: Cristina!, recuerdo que en un principio pensé que la abuela me llamaba, pero la voz no venía de fuera:
-Cristina!, soy yo Sofía.
-¿ Sofía?, ¿ puedes hablar?!
-Claro que puedo hablar, anda por favor, cogeme y llevame a jugar a la alfombra con vosotras.
-Pero no puedo, la abuela no me deja jugar contigo, dice que eres muy delicada.
-Y lo soy, porque soy de porcelana, pero tendremos mucho cuidado y no pasará nada, anda por favor siempre estoy aquí sola, volverás a dejarme antes de que entre tu abuela; será nuestro gran secreto.
Virgen Santa!, reconozco que quedé estupefacta al oír hablar a la muñeca, pero la cogí y no pasó nada, y volví a cogerla un día y otro día y otro.
La abuela nunca se enteró; Sofía y yo jugamos juntas hasta que crecí y al poco tiempo la abuela murió.
desde que la abuela murió no había vuelto por allí, la casa llevaba cerrada algo más de diez años. Curiosamente durante el camino a mi pensamiento no se asomaba mi abuela, únicamente pensaba en Sofía; ¿seguiría estando allí?.
Giré la llave en la oxidada cerradura y entré precipitadamente, como cuando era una niña, directa al pequeño comedor donde solía jugar; y allí, estaba Sofía.
Me pareció estar oyendo a mi abuela:
-Voy a salir Cristina, quedate aquí jugando pero no cojas a Sofía, es muy delicada y puede romperse,
Entonces yo me sentaba en la alfombra y me ponía a jugar con mis otras muñecas, pero Sofía no dejaba de mirarme con esos brillantes ojos negros abiertos de par en par.
Sofía tenía las manos finas y blancas como la nieve y también su cara era blaanca, blanca. Su boca era muy pequeña y su pelo oscuro y rizado.
Llevaba un vestido de terciopelo color vino burdeos con una cenefa de encaje blanco en la cintura y el mismo encaje en la pechera, y en la cabeza llevaba un precioso lazo a juego con su vestido.
Una tarde, mientras la abuela estaba trabajando en el pequeño huerto que se encontraba detrás de la casa, me senté en la alfombra rodeada de todas las muñecas y me puse a jugar como solía hacer siempre, entonces oí pronunciar mi nombre: Cristina!, recuerdo que en un principio pensé que la abuela me llamaba, pero la voz no venía de fuera:
-Cristina!, soy yo Sofía.
-¿ Sofía?, ¿ puedes hablar?!
-Claro que puedo hablar, anda por favor, cogeme y llevame a jugar a la alfombra con vosotras.
-Pero no puedo, la abuela no me deja jugar contigo, dice que eres muy delicada.
-Y lo soy, porque soy de porcelana, pero tendremos mucho cuidado y no pasará nada, anda por favor siempre estoy aquí sola, volverás a dejarme antes de que entre tu abuela; será nuestro gran secreto.
Virgen Santa!, reconozco que quedé estupefacta al oír hablar a la muñeca, pero la cogí y no pasó nada, y volví a cogerla un día y otro día y otro.
La abuela nunca se enteró; Sofía y yo jugamos juntas hasta que crecí y al poco tiempo la abuela murió.