por Invitado Miér Mar 20, 2013 4:27 am
Hola Ele, he visto por allí a la pasionaria o la flor de Mburucuyá, hay un par de leyendas sobre ella. Paso en colocar una de ellas a ver si resulta atractivo o curioso. Vaya poema el suyo, una verdadera delicia leerte en una madrugada. Bien, aquí va....
Mburukujá era una hermosa doncella española que habí¬a llegado a las tierras de los Guaraní¬es acompañando a su padre, un capitán del ejercito de la Corona.
Mburukujá no era su nombre cristiano, sino el tierno apodo que le habí¬a dado un aborigen guaraní¬ a quien ella amaba en secreto y con el que se encontraba a escondidas, ya que su padre jamás habrí¬a aprobado tal relación. En realidad, su padre ya habí¬a decidido que ella desposara a un capitán a quién el creí¬a digno de obtener la mano de su única hija.
Cuando le revelaron los planes de matrimonio, la joven suplicó que no la condenaran a consumirse junto a un hombre que ella no amaba, pero sus ruegos solamente lograron encender la cólera de su padre. La doncella lloró desconsolada, tratando de conmover el inflexible corazón de su padre, pero el viejo capitán no sólo confirmó su decisión sino que además le informó que deberí¬a permanecer confinada en la casa hasta que se celebrara boda.
Mburukujá debió contentarse con ver a su amado desde la ventana de su habitación, ya que no estaba autorizada a salir a los jardines por la noche y difí¬cilmente lograba burlar la vigilancia paterna. Sin embargo, envió a una criada de su confianza para que lo informara sobre su triste futuro.
El joven indio no se resignó a perder a su amada, y todas las noches se acercaba a la casa intentando verla. Durante horas vigilaba el lugar, y sólo cuando se percataba de que los primeros rayos del sol podí¬an delatar su posición se retiraba con su corazón triste, aunque no sin antes tocar una melancólica melodí¬a en su flauta.
Mburukujá no podí¬a verlo, pero esos sonidos llegaban hasta sus oí¬dos y la llenaban de alegrí¬a, ya que confirmaban que el amor entre ambos seguí¬a tan vivo como siempre. Pero una mañana ya no fue arrullada por los agudos sones de la flauta. En vano esperó noche tras noche la vuelta de su amado. Imaginó que el joven indio podrí¬a estar herido en la selva, o que tal vez habí¬a sido ví¬ctima de alguna fiera, pero no se resignaba a creer que hubiese olvidado su amor por ella.
La dulce niña se sumió en la tristeza. Su piel, otrora blanca y brillante como las primeras nieves, se volvió gris y opaca, y sus ojos ya no destellaron con hermosos brillos violáceos. Sus rojos labios, que antes solí¬an sonreí¬r, se cerraron en una triste mueca para que nadie pudiera enterarse de su pena de amor. Sin embargo, permaneció sentada frente a su ventana, soñando con ver aparecer algún dí¬a a su amante. Luego de varios dí¬as vio entre los matorrales cercanos la figura de una vieja india. Era la madre de su enamorado, quien acercándose a la ventana le contó que el joven habí¬a sido asesinado por el capitán, quien habí¬a descubierto el oculto romance de su hija. Mburukujá pareció recobrar sus fuerzas, y escapándose por la ventana siguió a la anciana hasta el lugar donde reposaba el cuerpo de su amado. Enloquecida por el dolor cavó una fosa con sus propias manos, y luego de depositar en ella el cuerpo de su amado confesó a la vieja india que terminarí¬a con su propia vida ya que habí¬a perdido lo único que la ataba a este mundo. Tomó una de las flechas de su amado, y luego de pedirle a la mujer que una vez que todo estuviera consumado cubriera sus tumbas y los dejara descansar eternamente juntos, la clavó en medio de su pecho. Mburukujá se desplomó junto al cuerpo de aquel que en vida habí¬a amado.
La anciana observó sorprendida como las plumas adheridas a la flecha comenzaban a transformarse en una extraña flor que brotaba del corazón de Mburukujá, pero cumplió con su promesa y cubrió la tumba de los jóvenes amantes. No pasó mucho tiempo antes de que los indios que recorrí¬an la zona comenzaran a hablar de una extraña planta que nunca antes habí¬an visto, y cuyas flores se cierran por la noche y se abren con los primeros rayos del sol, como si el nuevo dí¬a le diera vida.
Nota: Los jesuitas, identificaron la flor del mburucuyá con los atributos de la pasión cristiana: la corona de espinas, los tres clavos, las cinco llagas y las cuerdas con que ataron al Jesús en el Calvario. Y en los rojos e irregulares frutos, los religiosos creyeron ver las gotas coaguladas de la sangre de Cristo. Esta flor tan singular, se cierra como si se marchitara al ponerse el sol, y se abre cobrando su brillo natural cuando amanece.