Este apartado, que el lindo de Bolaño olvidó quizá porque en él la distancia nunca fue suficiente, o simplemente porque no tuvo la (des)dicha de padecerla, tiene -como es lógico suponer- un punto de referencia. Es bien sabido que no es posible hablar de distancia si no existe un lugar de partida y otro de llegada, aunque éstos lugares (dado que el punto de referencia es siempre algo arbitrario, o sea, puede estar sujeto a diversas modificaciones) nunca sean los mismos.
No sólo la puta geografía es, entonces, un criterio de distancia. También lo son, de vez en cuando, otras referencias frente a las cuales, atrevidos como somos, nos hemos hecho ciegos. Y ciegos estamos cuando nos vemos cerrando los ojos del cuerpo y abriendo la imaginación en un abrazo que no tiene límites, que no conoce frontera alguna. O sea, alucinamos el uno con el otro. Primer síntoma, alucinaciones. Y vaya qué alucinaciones.
Si bien éste primer síntoma es característico de pacientes con pérdida del juicio de realidad (algo patognómico de ciertos cuadros psicóticos, al menos un tipo de esquizofrenia, delirium tremens y síndromes de abstinencia por ingesta de drogas), en nuestro caso habría que interpretar el signo en relación a otros indicadores que también pudiesen arrojarnos alguna luz acerca de nuestro padecimiento; por ejemplo, la sensación de vacío.
El vacío -que también ha sido definido por algunos existencialistas del siglo pasado como "falta de sentido"; "angustia existencial", "crisis noógena"- no es, como pudiese pensar cualquier lector, una sensación irreal y carente de sustancia. Al contrario. En mi caso el vacío tiene una forma: la de tu ausencia. Es decir, estamos más cerca de cumplir con el famoso Sutra del Prajnaparamita, en que Buda dice: "La forma es el vacío y el vacío es la forma. La forma no es diferente del vacío y el vacío no es diferente de la forma".
Esta real consonancia entre forma-vacío, vacío-ausencia, forma del vacío que está determinada por tu ausencia, es, quizá, mucho más importante que las alucinaciones. Me inclino a creer que la distancia no sería enfermante ni enfermiza si no nos dejara tan lejos el uno del otro. Y al mismo tiempo, dado su carácter patogénico, es la distancia la que nos obliga a generar estrategias (más o menos efectivas) con las cuales contrastar los efectos que el vacío nos provoca. Allí estamos los dos, inevitablemente enfermos.
Escribir el nombre tuyo, susurrarlo, imaginarlo caminando por la casa, comiendo, bebiendo el café de todas las mañanas, sosteniendo el cigarrillo que no me gusta, nunca me ha gustado y dudo que pueda gustarme alguna vez, ya no me parece tan grave. Son sólo estrategias defensivas. Toda enfermedad, como sabemos, genera sus mecanismos de inmunidad. El organismo se defiende, lucha, no se deja a merced de la muerte. O de la distancia. O del amor.
06.11.07
(cc) OltreParole
*Basada en la conferencia de R. Bolaño: literatura más enfermedad = enfermedad.