El pozo de las Ánimas está rodeado por serranías donde, al golpear, el viento produce una especie de silbido que da origen a distintas leyendas transmitidas por los viejos pobladores, con toda su carga de misterio y superstición.
El pozo era denominado por los indios Trolope-Co (agua de los muertos o agua del gritadero de las ánimas), y la tradición cuenta que es el lugar donde van a rezar y llorar las almas que andan en pena por las montañas.
Como era común entre los pueblos que habitaban de uno y otro lado de la Cordillera de los Andes, se había producido una diferencia en las relaciones y un grupo del lado chileno, gente de costumbres aguerridas, estaban persiguiendo a un reducido número de pobladores de la zona de los Molles.
La noche fue extendiendo su manto y ya en plena oscuridad los perseguidos advirtieron que no se oían mas los gritos de sus enemigos, luego de tomar recaudos, por si se trataba de una treta de sus rivales, retornaron hasta sus moradas, dando algunos rodeos.
Al día siguiente, con las primeras luces, volvieron al lugar hasta donde había finalizado la persecución y retomaron sobre sus pasos del día anterior, a poco de andar comenzaron a oír algunos sonidos de lamentos que les llamó la atención.
Con cautela continuaron avanzando y con gran sorpresa se encontraron con dos enormes pozos que se habían hundido bajo los pies de sus perseguidores. En el fondo se encontraba los cuerpos moribundos de sus enemigos y los gemidos que surgían de las profundidades asustaron a los observadores, quienes desde ese momento veneraron la formación que los había salvado dándole el nombre de lugar en que lloran las ánimas.
Esta formación geológica, técnicamente denominado Dolina, es originada por la transformación de los depósitos subterráneos de yeso que, por efecto de las filtraciones y napas freáticas forman enormes cavernas debajo de la superficie. Con el tiempo los terrenos se van hundiendo lentamente, originando un constante crecimiento de los característicos conos.