¿Conoces esa región imprecisa entre el sueño y la vigilia?
Es allí donde mi amor te aguarda después de todas las destrucciones;
en la zozobra de la espera,
en la devoción de la añoranza,
en los callejones del ensueño,
al borde de los suburbios de tus ojos revolucionarios,
acechando bajo tus sábanas, en recorrido libre
por las carreteras epidérmicas que te circundan.
Tras los amplios salones con sus múltiples y azorados espejos de soledad,
y sus doscientos ojos expectantes, observando,
y tus dos mil silencios rabiosos,
y mis incontables abrazos sonrientes,
y tu amor entumecido.
Delante, atrás, antes y después
de la distancia, el resentimiento, el reniego y el olvido:
tú, yo, y nuestro ecosistema nocturnal floreciendo;
con tu ternura balsámica y mis brazos en espera,
en la justa intersección donde la irrealidad onírica comienza,
allí donde tu fauna y mi flora erradican la lejanía
con sus proximidades en verde y rojo,
donde tus labios y mi beso rozan la eternidad,
y nuestros cuerpos se estremecen presintiéndose
en la entrega que nos aguarda siglos ha.
Allí, en la semipenumbra solitaria donde se alojan nuestras almas;
donde sólo los arcángeles atreven la presencia,
en danza de amorosa hipnosis con las mortales,
en el puente ascendente que comunica tus ojos etéreos
con los confines de la piel que habito.
Siémbrame de caricias lo perdido,
de deseo las horas venideras,
de epifanías optimistas el presente.
Acompáñame en este amor de siempre,
que a veces se me duerme en los sentidos,
y cuelga medio esperanzado de los cielos perdidos
de la decepción que repta lánguida y extenuada;
y luego revive con la fuerza de una resurrección: quimérica, inconfundible,
con esa firmeza mía sostenida y dulce,
que desafía la infinitud con su tenacidad de fiera y de mujer.
[b]
Es allí donde mi amor te aguarda después de todas las destrucciones;
en la zozobra de la espera,
en la devoción de la añoranza,
en los callejones del ensueño,
al borde de los suburbios de tus ojos revolucionarios,
acechando bajo tus sábanas, en recorrido libre
por las carreteras epidérmicas que te circundan.
Tras los amplios salones con sus múltiples y azorados espejos de soledad,
y sus doscientos ojos expectantes, observando,
y tus dos mil silencios rabiosos,
y mis incontables abrazos sonrientes,
y tu amor entumecido.
Delante, atrás, antes y después
de la distancia, el resentimiento, el reniego y el olvido:
tú, yo, y nuestro ecosistema nocturnal floreciendo;
con tu ternura balsámica y mis brazos en espera,
en la justa intersección donde la irrealidad onírica comienza,
allí donde tu fauna y mi flora erradican la lejanía
con sus proximidades en verde y rojo,
donde tus labios y mi beso rozan la eternidad,
y nuestros cuerpos se estremecen presintiéndose
en la entrega que nos aguarda siglos ha.
Allí, en la semipenumbra solitaria donde se alojan nuestras almas;
donde sólo los arcángeles atreven la presencia,
en danza de amorosa hipnosis con las mortales,
en el puente ascendente que comunica tus ojos etéreos
con los confines de la piel que habito.
Siémbrame de caricias lo perdido,
de deseo las horas venideras,
de epifanías optimistas el presente.
Acompáñame en este amor de siempre,
que a veces se me duerme en los sentidos,
y cuelga medio esperanzado de los cielos perdidos
de la decepción que repta lánguida y extenuada;
y luego revive con la fuerza de una resurrección: quimérica, inconfundible,
con esa firmeza mía sostenida y dulce,
que desafía la infinitud con su tenacidad de fiera y de mujer.
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