La mercadotecnia del amor, el billete asomando despacio o a tragos gigantescos en la piel que
se arrastra entre las manos. Las baratijas de la tele, algún fulano hincando su diente en el
pequeño y diáfano cuello de la gacela de turno, el misterio de la Visa y sus seis pagos. El
dejaré a mi marido cuando quieras, los orgasmos multiplicados en libras esterlinas, elevados a
la potencia misma del desamparo en donde los barcos nunca llegan a besar ninguna orilla, las
braguitas de Dior y aquel triste relicario. Dos curas atrapados en un ascensor a la hora en que
pitan las fábricas. Un niño muere de sobredosis mientras papá perseguía a la mucama. En la
Isla Soledad un mercenario le cortó la cabeza a un niño de 18 años que nada sabía del
emporio del petróleo. Alguien murmura en silencio que no puede arrancar con un nuevo
romance porque nunca supo terminar con los anteriores, alguien llama, alguien se muere,
alguien se mata. Alguien al fin pudo hacer cita con un curacocos.
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se arrastra entre las manos. Las baratijas de la tele, algún fulano hincando su diente en el
pequeño y diáfano cuello de la gacela de turno, el misterio de la Visa y sus seis pagos. El
dejaré a mi marido cuando quieras, los orgasmos multiplicados en libras esterlinas, elevados a
la potencia misma del desamparo en donde los barcos nunca llegan a besar ninguna orilla, las
braguitas de Dior y aquel triste relicario. Dos curas atrapados en un ascensor a la hora en que
pitan las fábricas. Un niño muere de sobredosis mientras papá perseguía a la mucama. En la
Isla Soledad un mercenario le cortó la cabeza a un niño de 18 años que nada sabía del
emporio del petróleo. Alguien murmura en silencio que no puede arrancar con un nuevo
romance porque nunca supo terminar con los anteriores, alguien llama, alguien se muere,
alguien se mata. Alguien al fin pudo hacer cita con un curacocos.
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