Como todas las noches cerró a reja, luego la puerta y la trabó como siempre, trepó las escaleras y prendió otro cigarrillo. Se miró en el espejo y descubrió su rostro triste, el brillo en la mirada que hasta hace un rato tenía, había desaparecido. Recordó casi en la bruma sus palabras, -voy a estar bien, no te preocupes- Sin embargo no podía dejar de pensar en otro lugar, otra casa, otro rostro. La había conocido como en los cuentos, ya ni soñaba en aquel entonces, los días pasaban con la monotonía de los mercados a las seis de la tarde, bajar del subte tomarse un cafecito en lo de Jorge, hacer las bromas de siempre.
Un cigarrillo más, los discos de los Beatles, escuchar Michelle de vez en cuando. Leer un libro y dejar de dar besos, no los de la mejilla. Besos sopapa, besos lengua, besos, esos, si… esosssss La corbata acomodada en el placard y cumplir una vez por semana, cinco minutos siempre es mejor que arañar la niebla por media hora. Los bares de San Telmo o de Boedo, “las minunas” siempre dando vueltas en su cabeza. El fragor de las estaciones de trenes y un tango a flor de piel, en la punta de los zapatos. Siempre en la orilla, en la puntita de un sueño que yace entre las manos, cinco minutos antes de dormir o allá en Costanera Sur, mirando como las horas se van y los barcos hundidos saludan olvidados de su noción de mar y de las eternas despedidas, los pañuelos del adiós.
…..Tú boca inevitablemente sonaba a rumores, a cuencos y a murmullos de hojas secas. Tus labios…….
Una vez más retornó al murmullo del hogar, de ese lugar que no tuvieron. De los hijos que pudieron ser, a su mano buena sobre su mano, a ese hombre que reconstituyó como un rompecabezas, sin pistas siquiera, atada a su boca, dibujando a tientas un paraíso para los dos. Recordó entonces a Don Prieto que alguna vez le dijo “las personas somos como instrumentos musicales, nacidos para interpretar la mejor melodía, solo es cuestión de que alguien supiese tocar las cuerdas correctas con las manos del alma” Prieto, maestro, querido maestro…
Un cigarrillo más, los discos de los Beatles, escuchar Michelle de vez en cuando. Leer un libro y dejar de dar besos, no los de la mejilla. Besos sopapa, besos lengua, besos, esos, si… esosssss La corbata acomodada en el placard y cumplir una vez por semana, cinco minutos siempre es mejor que arañar la niebla por media hora. Los bares de San Telmo o de Boedo, “las minunas” siempre dando vueltas en su cabeza. El fragor de las estaciones de trenes y un tango a flor de piel, en la punta de los zapatos. Siempre en la orilla, en la puntita de un sueño que yace entre las manos, cinco minutos antes de dormir o allá en Costanera Sur, mirando como las horas se van y los barcos hundidos saludan olvidados de su noción de mar y de las eternas despedidas, los pañuelos del adiós.
…..Tú boca inevitablemente sonaba a rumores, a cuencos y a murmullos de hojas secas. Tus labios…….
Una vez más retornó al murmullo del hogar, de ese lugar que no tuvieron. De los hijos que pudieron ser, a su mano buena sobre su mano, a ese hombre que reconstituyó como un rompecabezas, sin pistas siquiera, atada a su boca, dibujando a tientas un paraíso para los dos. Recordó entonces a Don Prieto que alguna vez le dijo “las personas somos como instrumentos musicales, nacidos para interpretar la mejor melodía, solo es cuestión de que alguien supiese tocar las cuerdas correctas con las manos del alma” Prieto, maestro, querido maestro…