Si uno pudiera querida Ele, no asombrarse ante tanta vulnerabilidad, y alguien nos alcanzara una receta imaginaria, esa con un mapa sin cuevas ni escondrijos, ni palabras cifradas, sin fecha de caducidad y se instalara de pronto la sonrisa. Aquella que nos mantuvo de pie en cada una de nuestras tempestades.
Vaya entonces mi mano amiga, mi lágrima en el tapiz, el hueco de mi sombra, en esa, tú reconstrucción, y que un nuevo amanecer entre al fin por tú ventana. Querida Ele, pincel de infinitas aristas, cincel de tus madrugadas.
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