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La tienda de los milagros, todo huele a Julio. Los barcos, el bombero que despacio saca su mp3 y escucha una canción de la cual se enamoró cuando ella le dio el primer beso, fue en una tarde de zaguán. Sin profesores que le dijeran que si o que no, sin padres ni hermanos desconfiados. Todo está en llegar al cielo, agarrar una piedrita y revolearla para atrás, cosa de hacerlo más difícil y los zapatos o las zapatillas saltando cada vez mas alto y no perder el equilibrio, porque según algunos, eso es dar lástima y se cuelgan los galardones de la miseria, la muerte o la desolación. No hay referís por las noches, no hay compadres que de lejos te esconden las bolitas, no hay improvisados o sacrosantos eminencias que discurran sobre la nostalgia y las anomalías. La muerte sin embargo para ellos no tiene explicación y para nosotros tampoco. Nosotros los del otro lado del mostrador. “Tómese vente pastillas diga mamá despacito, guarda con el Edipo. Tiene diez mijito, la semana próxima, nos vemos”. Y a la hora señalada no hay mamotreto ni la botellita de López que te salve. Vomitar la sal, y alguien toma notas en un cuadernito. “Aquí radio La Colifata, estamos enfermos de amor man, ¿entendés?
Todavía tengo mi piedrita en la mano derecha, mi mano más turra. Te miro, te observo. Te veo venir con los cabellos sueltos y despojada de tanto verso y anaquel, sin memoria te veo venir. Eso es bueno, olvidarse, dar vuelta la hoja. Escuchar como los pasos se pierden en el riachuelo, decir no, decir nunca, decir ahora. Poder ver como “luce enjoyado el pavimento húmedo”, (esto es magistral, es saltar por sobre la costumbre) No se, no supe, no sabré. Nada de nada. Solo es cuestión de aprender cada día, de escuchar al otro, de ser parte, de poderlo mandarlo a la mismísima m.. o quererlo hasta que uno no de más. ¿De qué hay que cuidarse? ¿Qué más puede suceder? El parapeto no sirve. Yo tampoco tengo la dirección de la tienda, alguien me la escribió en un papelito, y no se, la perdí. Desde entonces ando a tientas, feliz y obnubilado siempre jugando a la Rayuela, ya voy por el tres, falta mucho para llegar el cielo.
Todavía tengo mi piedrita en la mano derecha, mi mano más turra. Te miro, te observo. Te veo venir con los cabellos sueltos y despojada de tanto verso y anaquel, sin memoria te veo venir. Eso es bueno, olvidarse, dar vuelta la hoja. Escuchar como los pasos se pierden en el riachuelo, decir no, decir nunca, decir ahora. Poder ver como “luce enjoyado el pavimento húmedo”, (esto es magistral, es saltar por sobre la costumbre) No se, no supe, no sabré. Nada de nada. Solo es cuestión de aprender cada día, de escuchar al otro, de ser parte, de poderlo mandarlo a la mismísima m.. o quererlo hasta que uno no de más. ¿De qué hay que cuidarse? ¿Qué más puede suceder? El parapeto no sirve. Yo tampoco tengo la dirección de la tienda, alguien me la escribió en un papelito, y no se, la perdí. Desde entonces ando a tientas, feliz y obnubilado siempre jugando a la Rayuela, ya voy por el tres, falta mucho para llegar el cielo.
