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“la hoguera de todas las conspiraciones”

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2 participantes

    Rabia de Estela Davis

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    Rabia de Estela Davis Empty Rabia de Estela Davis

    Mensaje por Invitado Mar Oct 07, 2008 9:03 am

    De una amiga muy querida y reconocida cuentista de estos lares. Del desierto:

    __________________Estela Davis______________________

    RABIA

    "En tus ojos hay años de sequía
    en tus manos un desierto extenso
    por eso te enferma la lluvia
    y te duele tanto el agua"

    Dante Salgado



    Se dirigió al leñero arrastrando los pies, acomodó un
    leño y de un certero hachazo lo partió en dos, y
    recogió cuidadosamente algunas astillas que le
    servirían para atizar. Los niños jugaban bajo la
    precaria sombra del guamúchil. Se detuvo un momento.
    Sus melancólicos ojos recorrieron el páramo que
    rodeaba el jacal cercado de tablas de cardón. La
    fantasmal silueta de los mezquites se confundía con
    el gris de la tierra esponjada y reseca; el cielo, de
    un pálido azul le mostró su rostro desesperanzado.
    Una nube de bobos la envolvió metiéndosele por la
    nariz y los ojos. Sacudió violentamente la cabeza para
    ahuyentarlos y se metió al jacal que en el extremo de
    la enramada le servía de cocina.
    Cumplió con el ritual de encender la lumbre en las
    hornillas para preparar los frijoles, las tortillas y
    el te limón. Amasó automáticamente. Puso a calentar el
    comal sobre la parrilla. El calor, intensificado por
    la llama de la leña, la hacía sudar a chorros. Secó su
    rostro con el largo delantal, con impaciencia.
    Su marido había tenido que irse a trabajar a la pesca
    por culpa de la sequía. Había perdido la cuenta de
    los días que llevaba sola en el rancho con las
    criaturas, con todo el quehacer, y sin la satisfacción
    de su cuerpo joven. "Alguien tenía que cuidar de los
    animales", pensaba deprimida. Madrugaba a ordeñar las
    chivas. Al terminar las encaminaba hacia la sierra,
    donde podían encontrar que comer. Regresaba a cuajar
    la leche para hacer el queso, daba el desayuno a los
    niños y se los llevaba a la pequeña huerta, donde el
    mayor montaba el burro de la noria dando vueltas y
    vueltas hasta llenar la pila del agua, que además de
    ser el bebedero, servía para regar el modesto
    sembrado y para lavar la ropa.

    A media tarde volvía al jacal con sendos tambos de
    agua, preparaba y servía el alimento que era a la vez
    comida y cena. Después se iba con los niños para
    arrear el rebaño, cuyo rezagado regreso anunciaban los
    ladridos de la chivera y el cencerreo de la caponera.
    Las conducía al corral, soltaba a las crías para que
    mamaran un rato y las encerraba de nuevo. Antes de
    retirarse a descansar ordeñaba un poco de leche para
    las mamaderas de los niños.
    Las vaquitas que tenían se les habían muerto con la
    seca. No les valieron luchas. Recordó como el pobre de
    su marido madrugaba todos los días para irse al monte
    sin desayunar. Regresaba al mediodía, asoleado y sin
    nada en el estómago, con el burro cargado de biznagas
    y unos tercios de dipúa. Sin esperar a comer,
    agarraba el machete y se ponía a pelar y limpiar la
    biznaga para dársela a las vacas que ya no se podían
    parar de tan flacas. Para ayudarlas, les metían entre
    los dos un horcón por debajo de la panza y las
    apalancaban obligándolas a levantarse para comer y
    para tomar agua, porque la que se quedaba echada se
    moría.
    El monte se fue quedando sin biznagas y los escasos
    dipúas sin ramas, y ellos sin fuerzas para apalancar a
    los animales, que se echaron para no levantarse más.
    La lumbre ardía en las hornillas. Metió otro leño para
    que se hicieran buenas brasas, que amanecieran, para
    no andar batallando en la madrugada para atizar.
    Agarró la bolita de masa, extendiéndola en el metate.
    Afuera los niños gritaban y peleaban. Sumida en sus
    pensamientos no les prestaba atención. !Clap, clap,
    clap, clap!, torteó. Echó la tortilla en el comal,
    dándole vuelta inmediatamente. Volvió a voltearla.
    Esperó unos momentos y la volteó por tercera vez, la
    tortilla se infló y la aplastó con un trapo para
    dorarla. De pronto los gritos de los niños adquirieron
    un significado que la sacó de su ensimismamiento.
    —!Amaaaá, amaaaá, un animal, un animal!
    Asustada, aventó la tortilla y salió. A unos cuantos
    metros de ellos estaba una zorra. No se movía, parecía
    observarlos. Corrió a levantar al pequeño del suelo y
    como pudo arrastró a los dos más grandecitos al
    interior del jacal. Se soltaron llorando sin entender
    por que no los dejaban ver al animalito.
    —!Es una zorra con la rabia! —les gritó.
    —¿Y por qué no nos hizo nada? —preguntó el más grande.
    No le contestó. Los subió al tapeiste que les servía
    de cama; percibió los innumerables portillos por donde
    fácilmente se podía colar la zorra. A través de las
    rendijas la vio dirigirse hacia la casa. Dejó de
    espiarla y se puso a dar vueltas desesperada. No tenía
    más arma que el machete de su marido, que colgaba de
    la enramada. Tenía que salir para agarrarlo.
    Los niños se bajaron del tapeiste. Los levantó
    estrujándolos con rabia. Los aventó encima
    ordenándoles que se quedaran ahí, y ellos se pusieron
    a llorar a gritos. Los ignoró, tratando de ordenar sus
    ideas. Sabía perfectamente que el animal tenía la
    rabia, sino no se hubiera acercado, porque son muy
    asustadizos.

    Espió nuevamente y pudo verlo abajo de la enramada, en
    el extremo opuesto de donde colgaba el machete. Si se
    movía rápido quizá lo alcanzara antes de ser atacada.
    Volteó a ver a sus criaturas, que lloraban con
    sentimiento, y un gran dolor se le fue acomodando en
    el pecho. La indefensión fue sustituida por el dolor,
    por una rabia intensa distinta a la del animal. Algo
    hirviente le fue entrando por las plantas de los pies,
    recorrió sus piernas, su sexo, su vientre, su pecho y
    de golpe se le anidó en la cabeza.
    Salió del jacal atrancando la puerta y dio unos
    pasos. El animal la vio; caminó hacia ella y
    enloqueciendo de pronto se le fue encima. Extendió sus
    enaguas para capotearlo. El animalillo, enfurecido,
    daba increíbles saltos mordiéndolas, hasta que
    consiguió envolverlo en el delantal. Se revolvía
    furioso mientras ella encontraba el pequeño pescuezo
    para acogotarlo. Cuando estuvo segura de haberle dado
    muerte, soltó el delantal y el cuerpecillo inerte cayó
    al suelo. Con la rabia que la invadía, cogió una
    piedra y le machacó la cabeza. Se quedó rígida,
    viéndole. Ni siquiera escuchaba el llanto de los
    niños. De pronto un sollozo ronco le explotó en el
    pecho. Rabiosa levantó las manos para limpiar sus
    lágrimas inútiles. Las dejó suspendidas en el aire,
    viendo que de la izquierda brotaba sangre. Un ramalazo
    de pánico le aflojó las piernas y con terrible
    desesperación las limpió en el delantal. Sí, no había
    ninguna duda, en su mano estaban las marcas de los
    dientecillos de la zorra. Sintió que un cuerpo que no
    era el suyo se reblandecía, como si fuera sumiéndose
    en el agua. Se incorporó a esa blandura y dulcemente
    se dejó ir.

    —!Amaaaá!, ¡amaciiita! —gritaban los niños.
    Un pequeño resquicio se abrió en la oscuridad que la
    rodeó por un instante y por ahí penetraron los agudos
    gritos de sus criaturas. Otra vez la rabia intensa y
    ardiente caminó sobre su debilidad. Se le heló la
    mirada, con la que contempló el machete. Irguió el
    cuerpo, desenfundó y caminó hasta la cocina. Puso su
    brazo sobre el tronco que le servía para machacar la
    carne, alzó machete y de un certero tajo sobre la
    muñeca cercenó su mano. Lo tiró, hizo a un lado el
    leño y metió el muñón entre las brazas para
    cauterizar la herida.

    El grito desgarrador se fue rebotando por las piedras,
    estampándose en los cantiles. Una fuerte ráfaga de
    viento sin sentido sacudió los mezquites y levantó un
    remolino que corrió por el páramo en persecución del
    grito.
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    Mensaje por Invitado Miér Oct 08, 2008 1:03 am

    De lo tranquilo y cotidiano al caos irreversible

    Fantástico!!!!
    Gracias por traerlo Carlotana
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    Mensaje por Invitado Miér Oct 08, 2008 9:45 pm

    Vero, Estela es una escritora tardía. Empezó a los 50 años y se dice regional pero más que regional es hiperlocal. Vive enamorada de su pueblo: Loreto. Ahora tiene 75. Ha sido merecedora de reconocimientos aquí. Con ella editamos "La mala mujer", una revista que se sostuvo por un año. Le voy a pedir otro cuento que me gusta mucho y que es menos dramático que éste. GRacias por leerlo.
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    Mensaje por eleotra Miér Oct 08, 2008 10:55 pm

    qué bueno,Carla,gracias a Estela y a tí
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    Mensaje por evil 333 Miér Oct 08, 2008 11:18 pm

    ya no se, ya no se nada

    solo puedo dejar que se me lleve el dest¡no
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    Huésped
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    Mensaje por Huésped Miér Oct 15, 2008 12:34 am

    Rabia en niveles insospechados que se une en la auténtica, feroz rabia del ser humano oprimido por su destino.

    Conmovedora lucha. Realmente me ha dejado un saborcito indescriptible entre los labios.

    Gracias, Ana.

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    Mensaje por Invitado Miér Oct 15, 2008 4:47 am

    Mi destino es la furia de los volcanes
    y la tranquilidad de una laguna de montaña
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    Mensaje por evil 333 Mar Oct 28, 2008 7:33 am

    alo?
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    Mensaje por Invitado Miér Feb 04, 2009 12:12 am

    Es una imagen en mi mente, mi vocación siempre será la vulcanología, y siempre cerca de algún volcan hay una laguna de aguas turquesas.
    Así es en mi tierra

    Besos Evil, se te extraña

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