Un breve artículo que escribí sobre una gran poetisa:
Akiko Yosana: la claridad breve
Canica, la palabra rueda. Sube, baja, brinca, se desliza y hasta se atranca golondrina en una cornisa cuando anida. Sobre la pauta de nuestras vidas anda y desanda; entrelaza resonancia las voces de la travesía humana; cada cuerpo, un ensimismamiento de fluidos, tensiones descomunales, desvanecimientos. Vaho emerge pero tiene el don de solidificarse magma, porosa piel osada sobre la cual igual humo que musgo suculento se vierte. Encantamiento, entonces, siempre llama, aun monosilábica o chorro cotidiano, porque invoca invariablemente movimiento; intrínseca pasión de la naturaleza, ir al encuentro del otro cualesquiera que sea:
Sólo
un hilo de nube
diadema,
cántico sacro empero
reveló el sendero.
Descubrí a Akiko Yosana en un instante de arrobamiento frente a un apetito voraz, ironía, por una hamburguesa. La tarde ya se ataviaba otoñal, ambarino fulgor sobre un velo rosáceo en lugar de sangrante herida; dos tijeretas por encima jugaban, cintas aterciopeladas hablándole al aire. Alguien dejo el libro y yo no pude resistirme. ¿Azar? El libro ahí, su título seductor, la lozana soledad y por supuesto la oportunidad, rizo. Mi mano ni lo pensó:
¿Qué flores otoñales
arroparán el futuro?
La draba,
el Áster...
todas minúsculas; humildes.
Nace la poetisa al cierne de un nuevo siglo que admítase o no, siempre irrumpe ciclo, emergente ruptura aun en los lugares más recónditos. Educada para acuñar la tradición, opta por otro camino. Lee desde pequeña los diarios y canciones de mujeres aristócratas de otras eras, privilegio de la sumisión refinada femenina, solaz perverso del padre. Decide ser escritora pero antes ha de dominar el tanka ( patrón poético formal con versos de 5-7-5-7-7 sílabas)2, sentencia introspectiva masculina, que hasta el hombre bregaba por revolucionar:
Refrénate,
poniente agua tardía
cima el ciervo
que cierva visita
se empaparía.
Pronto la vemos inmersa en el mundo de la poesía gracias al patrocinio de Michikata Köno, fundador de una escuela poética reformadora, donde se vincula tanto con Tomiko Yamakawa (otra joven poeta) como Tekkan, la estrella literaria de la época, del cual ambas se enamoran. A pesar de finalmente convertirse en su esposa, la sombra de Tomiko la atormentaría incluso después de muerta debido al afecto inmenso que sintió por ella, y la pasión desmedida hacia su inconstante marido que sacudió los últimos vestigios de la convención de su apostura. Juntos, Akiko y Tekkan, revolucionaron el tanka orientándolo hacia una tensión dramática y personal; ella, filigrana del instante mientras él, sortilegio de la introspección. A continuación, un poema de cada uno:
¿En persecución aún
del bien,
lo inamovible, lo bello?
¡ pero si esta flor que reposa en mi mano amor,
grana encarna!
Màs y más trabajo;
empero
el retozo me elude.
Contemplo azorado
mis manos.
En fin, quede lo anterior sólo como antecedente. Lo verdaderamente asombroso reside en la voz que pese a que abreva de aljibe patriarcal, se cuela entre los dientes del peine cabello enmarañado a través de días, horas, minutos de vivir marginadas , lado a lado, con nuestra contraparte; a veces silenciosas pero jamás mudas ¿Será que al circunscribirnos al influjo gravitacional de la luna, a las mujeres nos crecieron los pies en lugar de las alas? Extremidades que nos hacen trotamundos mucho más terrenales, proclives más a hurgar en los matices ambivalentes de la existencia a través del roce diario y el anhelo por recibir caricias desde el cielo que en el sentido intrínseco de lo que a todos, hembras y machos, nos define mortales:
Aún te queda pulsar
esta tersa piel,
vehemente latido─
¿No te amedrenta la soledad,
iluminado báculo?
De cualquier manera, bien dice el refrán “De niños, locos y poetas, todos tenemos un poco”. La cuestión está en reconocernos, acordes, uno frente al otro. Vaya, pues, este también breve comentario como homenaje a quién surca, incorpórea música, el espacio; puente atemporal y armónica memoria.
Nota: Las traducciones son mías del inglés. De Akiko hay poco en otras lenguas; aquí y allà salpimentadas en libros de haikús.
Akiko Yosana: la claridad breve
Del umbral embeleso urdió
mas ahuyentó la mano
que anhelaba tocarlo
Aún, aún
queda el aroma de su ropaje, ¡gentil oscuridad!
mas ahuyentó la mano
que anhelaba tocarlo
Aún, aún
queda el aroma de su ropaje, ¡gentil oscuridad!
Canica, la palabra rueda. Sube, baja, brinca, se desliza y hasta se atranca golondrina en una cornisa cuando anida. Sobre la pauta de nuestras vidas anda y desanda; entrelaza resonancia las voces de la travesía humana; cada cuerpo, un ensimismamiento de fluidos, tensiones descomunales, desvanecimientos. Vaho emerge pero tiene el don de solidificarse magma, porosa piel osada sobre la cual igual humo que musgo suculento se vierte. Encantamiento, entonces, siempre llama, aun monosilábica o chorro cotidiano, porque invoca invariablemente movimiento; intrínseca pasión de la naturaleza, ir al encuentro del otro cualesquiera que sea:
Sólo
un hilo de nube
diadema,
cántico sacro empero
reveló el sendero.
Descubrí a Akiko Yosana en un instante de arrobamiento frente a un apetito voraz, ironía, por una hamburguesa. La tarde ya se ataviaba otoñal, ambarino fulgor sobre un velo rosáceo en lugar de sangrante herida; dos tijeretas por encima jugaban, cintas aterciopeladas hablándole al aire. Alguien dejo el libro y yo no pude resistirme. ¿Azar? El libro ahí, su título seductor, la lozana soledad y por supuesto la oportunidad, rizo. Mi mano ni lo pensó:
¿Qué flores otoñales
arroparán el futuro?
La draba,
el Áster...
todas minúsculas; humildes.
Nace la poetisa al cierne de un nuevo siglo que admítase o no, siempre irrumpe ciclo, emergente ruptura aun en los lugares más recónditos. Educada para acuñar la tradición, opta por otro camino. Lee desde pequeña los diarios y canciones de mujeres aristócratas de otras eras, privilegio de la sumisión refinada femenina, solaz perverso del padre. Decide ser escritora pero antes ha de dominar el tanka ( patrón poético formal con versos de 5-7-5-7-7 sílabas)2, sentencia introspectiva masculina, que hasta el hombre bregaba por revolucionar:
Refrénate,
poniente agua tardía
cima el ciervo
que cierva visita
se empaparía.
Pronto la vemos inmersa en el mundo de la poesía gracias al patrocinio de Michikata Köno, fundador de una escuela poética reformadora, donde se vincula tanto con Tomiko Yamakawa (otra joven poeta) como Tekkan, la estrella literaria de la época, del cual ambas se enamoran. A pesar de finalmente convertirse en su esposa, la sombra de Tomiko la atormentaría incluso después de muerta debido al afecto inmenso que sintió por ella, y la pasión desmedida hacia su inconstante marido que sacudió los últimos vestigios de la convención de su apostura. Juntos, Akiko y Tekkan, revolucionaron el tanka orientándolo hacia una tensión dramática y personal; ella, filigrana del instante mientras él, sortilegio de la introspección. A continuación, un poema de cada uno:
¿En persecución aún
del bien,
lo inamovible, lo bello?
¡ pero si esta flor que reposa en mi mano amor,
grana encarna!
Màs y más trabajo;
empero
el retozo me elude.
Contemplo azorado
mis manos.
En fin, quede lo anterior sólo como antecedente. Lo verdaderamente asombroso reside en la voz que pese a que abreva de aljibe patriarcal, se cuela entre los dientes del peine cabello enmarañado a través de días, horas, minutos de vivir marginadas , lado a lado, con nuestra contraparte; a veces silenciosas pero jamás mudas ¿Será que al circunscribirnos al influjo gravitacional de la luna, a las mujeres nos crecieron los pies en lugar de las alas? Extremidades que nos hacen trotamundos mucho más terrenales, proclives más a hurgar en los matices ambivalentes de la existencia a través del roce diario y el anhelo por recibir caricias desde el cielo que en el sentido intrínseco de lo que a todos, hembras y machos, nos define mortales:
Aún te queda pulsar
esta tersa piel,
vehemente latido─
¿No te amedrenta la soledad,
iluminado báculo?
De cualquier manera, bien dice el refrán “De niños, locos y poetas, todos tenemos un poco”. La cuestión está en reconocernos, acordes, uno frente al otro. Vaya, pues, este también breve comentario como homenaje a quién surca, incorpórea música, el espacio; puente atemporal y armónica memoria.
Nota: Las traducciones son mías del inglés. De Akiko hay poco en otras lenguas; aquí y allà salpimentadas en libros de haikús.