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En la foto tendríamos algo así como cuatro años. Ella sujetaba fuertemente con la derecha un ratón de peluche; yo hacía las veces de madre de una muñeca que no era mía. Nos dejaron sentadas delante del mueble y nosotras sonreímos sin saber a quien.
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A los cuatro años reía por casi todo. Me han contado que mi hermana era seria, modosita. En cambio yo era una bandida; entrometida, impertinente, peleonera. Me preguntaban si de grande quería ser abogada y alguna vez lo pensé. Andrea y yo nos pellizcábamos todo el día en nuestros juegos. Una vez hasta me tiró una piedra y yo le clavé las uñas hasta hacerle sangrar la manito. Brutas, éramos.
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La calle era de tierra, igual que ahora, pese a que el sector ha sido mejorado en gran parte. Nuestros vecinos de juego eran muchos y siempre aparecían embarrados hasta las rodillas; el agua del canal superaba la calle cuando llovía y lo anegaba todo.
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En Puerto Montt llueve hasta cuando no llueve. Vine a conocer el otoño y la primavera a los diecisiete, cuando llegué a Santiago. Me pareció formidable y me enamoré de las estaciones intermedias, aunque sigo tolerando mal el calor del estío. En Puerto Montt el calor aparece desde las estufas a combustión lenta. Quizá por eso mi primer amor fueron las llamas.
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Mi hermana Andrea y yo nacimos en abril del 86. En la foto tenemos cuatro años y ella sujeta un ratón de peluche, del tipo güarén, es decir, cola larga cuerpo grande ojos saltones. Una belleza de ratón de alcantarilla. Yo, sujeto con ambos brazos una muñeca que le pertenece a mi madre, un reliquia, digamos. Mi juego no era vestirla sino darle cuerda mediante una llave chiquita incrustada en la espalda de la doncella: al soltarla aparecía una melodía preciosa con ritmo de cuna. Darle y cuerda y quedarme dormida con su música eran una sola cosa.
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¿Por qué tenía mi hermana un güarén de peluche?
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En 1990 mi padre tomó algunas decisiones absurdas que derivaron en peleas absurdas. Yo crecí absurdamente rápido y al año siguiente dejé de darle cuerda a la muñeca de mi madre. Ella, por toda palabra, tomó a la doncella sin nombre y la guardó en un closet para no verla nunca más. Del güarén tampoco volví a tener noticias, aunque a juzgar por su aspecto, imagino que alguien se lo quitó a mi hermana y le dijo que era insostenible que una niña tuviese un ratón como ése por peluche.
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No volví a tener otra muñeca luego de ésa. Odié a las barbies; la única que vino a mis manos se quedó sin cabeza en pocos minutos. Me parecía inútil, ni siquiera podía ponerle mis vestidos. Su pelo caía como lluvia torrencial y hacerle una trenza no tomaba más de un minuto.
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Mi hermana no se acuerda del güarén. Se ríe en mi cara cuando le cuento.
Prometo enviarle la foto para que me crea.