IMAGINEMOS
Imaginemos...
Los pasos del silencio, la sinfonía de las hojas, las manos contemplándose las palmas, los dedos que se enredan en la danza como cuerpos alados.
Desnudos tras la ventana, el sol de otoño nos corta por el medio a través del cristal, se arremolina en tu cintura. Tiñe de bronce tus pechos con claroscuros metálicos. Yo atraigo el rayo fosforescente con la boca y lo vuelco en la tuya, manantial de salivas, higos maduros restallando sus jugos en los paladares.
Tal vez una hoja cae en ese momento, allí, a pocos segundos luz y las miradas acompañan su balanceo que copulará con la tierra, lenta, venerable ceremonia de fertilización primaria.
Y nos unimos a ellos, a la hoja, a la tierra, al milagro en su orgía que funde membranas, que arruga amorosamente la seda amarronada y traga el tallo mutilado que sorbe los diamantes microscópicos, semen azucarado que colorea el útero de la madre de todas las cosas.
Los imitamos y somos metales ardiendo al calor de las lenguas, enhebrados hasta el rojo blanquecino, mitológico animal que resplandece, un cuerpo, dos cabezas, dedos infinitos, brazos de serpientes en furia sensitiva, vaivén de sortija atravesada por el aire sólido. Bebemos hasta ahogarnos de la avidez del volcán y la ternura del lago, de la prematura huracanada de los sexos, de la lluvia olorosa a verdores empapados.
Imaginemos amor...
El adiós de los cuerpos, para ser rencuentro de palabras, cometas con ojos placenteros, camino de ida y vuelta de energías sutiles, música angélica en Fa, sostenido de suspiros satisfechos, un párrafo de besos en la escritura de la epidermis, polinizando los secretos de cada poro y cada vello del templo salino que se acopla a mi rezo, donde tiemblo y me embeleso y renazco, para comenzarte y recomenzarnos de endiosados orgasmos, como gigantes aplacados, como águilas moribundas que ríen en su cuna, hecha de filamentos punzantes y flexibles...
Imaginemos.
Las noches y días eternos... de un único amor...