PARALELOS Y UBICUOS
Me gusta pensar en las tardes
que existo al perder la memoria…
Y da la inocua sensación
de que no habría problemas si de pronto,
la estrella toma el rumbo equivocado
y renuncian las golondrinas a tejer el día en su ir y venir…
No obstante si todavía tiemblo
aprovecho el instante para repasar el tiempo.
Y lo retengo –repasándolo, como una gota en la palma de la mano.
Los ojos se desperdician, y aunque son ángulos obtusos en el tiempo,
en el tiempo; … suelo respirar.
Únicamente así me adhiero al arco del presente
mientras su marea me abraza, me corona, me mantiene…
De todas formas nunca estamos aquí completamente
quedamos paralelos y ubicuos
sobre puertos jamás sorprendidos por los mapas
y nos estilizamos toda la distancia que despierta la memoria.
Y es que en la realidad, siempre estamos desbordados:
la corteza abandona nuestros huesos
y las pupilas propias, no son nuestras.
Por ello -no es motivo- que la manzana
obedezca completa la gravedad del astro más cercano.
Invariablemente las puntas de los días
se irán rodando bajo faroles -como siempre-
gritando eternidades.
A éstas magnitudes, lo plural
es que la tristeza no celebre con mi rostro
sus óperas de nada
y que el amor permanezca como un barra de manteca de cacao:
sin marginal ilustrada, sin pretensiones oblongas, sin usual.
Escribo: “amor”, y otra vez me aparece
la que de nada me sirve cuando sueña…
Una mujer -ni más ni menos-
Pero eso sí, no le dejo de ningún modo
construir mi vanidad de príncipe negro
ni que entienda sólo la carne de los poemas,
de los días y del tiempo.
Aquel mismo intervalo que en cada cicatriz se hace verde,
amarillo, azul, anaranjado…;
salvo cuando los espacios complican el encanto
llevándose por la cabellera -a la hora feliz-
para devolverla llena de arrugas… pintadas de blanco
sin recoger la espesura y con el cuerpo desparramado…
Tal vez animado y encendido sobre la mesita de luz
me guste estimar que existo al perder la memoria…
Mas si detengo a reflexionar -a costa del tiempo y de mí-
descubro que la cruz es la única prueba del amor
y que al recordarme a mí mismo
comienzo a pulir los clavos.
Me gusta pensar en las tardes
que existo al perder la memoria…
Y da la inocua sensación
de que no habría problemas si de pronto,
la estrella toma el rumbo equivocado
y renuncian las golondrinas a tejer el día en su ir y venir…
No obstante si todavía tiemblo
aprovecho el instante para repasar el tiempo.
Y lo retengo –repasándolo, como una gota en la palma de la mano.
Los ojos se desperdician, y aunque son ángulos obtusos en el tiempo,
en el tiempo; … suelo respirar.
Únicamente así me adhiero al arco del presente
mientras su marea me abraza, me corona, me mantiene…
De todas formas nunca estamos aquí completamente
quedamos paralelos y ubicuos
sobre puertos jamás sorprendidos por los mapas
y nos estilizamos toda la distancia que despierta la memoria.
Y es que en la realidad, siempre estamos desbordados:
la corteza abandona nuestros huesos
y las pupilas propias, no son nuestras.
Por ello -no es motivo- que la manzana
obedezca completa la gravedad del astro más cercano.
Invariablemente las puntas de los días
se irán rodando bajo faroles -como siempre-
gritando eternidades.
A éstas magnitudes, lo plural
es que la tristeza no celebre con mi rostro
sus óperas de nada
y que el amor permanezca como un barra de manteca de cacao:
sin marginal ilustrada, sin pretensiones oblongas, sin usual.
Escribo: “amor”, y otra vez me aparece
la que de nada me sirve cuando sueña…
Una mujer -ni más ni menos-
Pero eso sí, no le dejo de ningún modo
construir mi vanidad de príncipe negro
ni que entienda sólo la carne de los poemas,
de los días y del tiempo.
Aquel mismo intervalo que en cada cicatriz se hace verde,
amarillo, azul, anaranjado…;
salvo cuando los espacios complican el encanto
llevándose por la cabellera -a la hora feliz-
para devolverla llena de arrugas… pintadas de blanco
sin recoger la espesura y con el cuerpo desparramado…
Tal vez animado y encendido sobre la mesita de luz
me guste estimar que existo al perder la memoria…
Mas si detengo a reflexionar -a costa del tiempo y de mí-
descubro que la cruz es la única prueba del amor
y que al recordarme a mí mismo
comienzo a pulir los clavos.