Qué difícil resulta sincronizar los días, los instantes de dos corrientes paralelas. Por encima, por debajo, por los lados, por en medio sólo un cielo silenciario que resguarda nuestro sueño, nuestro encuentro.
Nadie sabe lo que nos pasa. A veces, ni siquiera nosotros quisiéramos percatarnos de este vínculo tan endeble que nos anuda a transitar a lo largo de un riel suspendido en el vacío. Sólo nos arrastra la fuerza de las paralelas: siempre encontradas hurgando a la distancia el resplandor del otro y la fuga cierta hacia un santuario en sentido inverso.
Y sin embargo, aquí estamos envueltos en secretos. Ambos los machacamos, los entreveramos con los dientes para acallar el paso vertiginoso de nuestra separación. Será que nos creemos, a pesar de todo, únicos. Débiles nos acercamos y fragantes nos deshilvanamos dejando una estela húmeda que fosforece cuando toca la piel.
No hay manera de qué tú no estés conmigo. En los últimos cielos que me alumbren, la huella de tu bota alada abrirá un surco entre las nubes. También yo pasaré a tu lado cada vez que de tu boca se derrame una sonrisa. Sombras, susurros, eso seremos. Fuegos fatuos que nos inmolaremos en la persecución el uno de la otra, pertinaces péndulos.
Duerme tranquilo, en silencio. Mi ventana recibe durante el sereno tu aliento.