Ella se había dormido, puso como en sueños el teléfono a un costado, las últimas palabras de él la habían dejado así, aturdida y sintió como el breve texto en el celular había despertado su deseo de una forma en que le costó reprimir. Bastaba solamente tomar las llaves del auto y salir a encontrarlo. Fue cayendo ligeramente en ese sueño del que habían hablado muchas veces, el rumor del mar latiendo entre sus cuerpos, ver juntos alguna puesta de sol. Una vez había dicho él, tan solo una vez.
Sintió un zamarreo en los brazos y se despertó de golpe. La cara de su marido muy cerca llena de lágrimas, tenía el celular en una mano y con el índice de su otra mano le señalaba su contenido. De pronto se dio cuenta, había leído los mensajes, los de Martín y los de ella. Comenzó la noche más larga, la noche más incierta. Tenía que pensar rápido, decidir en un instante lo que no pudo hacer durante esos tres largos años, perder definitivamente a Martín o quedarse a invernar junto a Jorge y sus mentiras, a su inverosímil aplastamiento cotidiano. En un momento lo decidió, fue como un relámpago inusitado, largó su dolor y la bronca que vibraba dentro de ella como nunca antes lo había hecho. Le dijo a su marido que si, que lo que había leído era cierto y que se iría con Martín, que estaba todo roto entre ellos, que su matrimonio era una farsa, que quería una oportunidad para ser plenamente feliz y que la perdonara pero ya no iba a volver atrás.
Totalmente exaltada le mandó un mensaje a Martín donde le decía que la llame a su casa urgente. Atrás Jorge había comenzado con la escena estúpida de siempre, lloraba como un nene y golpeaba los muebles. Suplicaba, hacía promesas que nunca cumpliría y fue entonces cuando escuchó el llamado. Descolgó el teléfono y era Martín que del otro lado asustado le preguntaba que había pasado, le dijo que se iría con él, que abandonaba a Jorge, que quería cumplir eso que tantas veces le había dicho, ir a la costa, a su casita en medio de los médanos. Hubo un silencio largo, demasiado largo. El Martín del otro lado tenía otra voz, su tono era de burla, que lo pensara bien le dijo, que no era sencillo así de golpe no sabía que hacer y entonces el corazón se le llenó de cenizas. Colgó como petrificada el teléfono, ahora ella era la tenía la cara llena de lágrimas y desesperación. Agarró las llaves del auto y sin saber hacia donde, tomó algo de la mesa de luz y salió.
Sintió un zamarreo en los brazos y se despertó de golpe. La cara de su marido muy cerca llena de lágrimas, tenía el celular en una mano y con el índice de su otra mano le señalaba su contenido. De pronto se dio cuenta, había leído los mensajes, los de Martín y los de ella. Comenzó la noche más larga, la noche más incierta. Tenía que pensar rápido, decidir en un instante lo que no pudo hacer durante esos tres largos años, perder definitivamente a Martín o quedarse a invernar junto a Jorge y sus mentiras, a su inverosímil aplastamiento cotidiano. En un momento lo decidió, fue como un relámpago inusitado, largó su dolor y la bronca que vibraba dentro de ella como nunca antes lo había hecho. Le dijo a su marido que si, que lo que había leído era cierto y que se iría con Martín, que estaba todo roto entre ellos, que su matrimonio era una farsa, que quería una oportunidad para ser plenamente feliz y que la perdonara pero ya no iba a volver atrás.
Totalmente exaltada le mandó un mensaje a Martín donde le decía que la llame a su casa urgente. Atrás Jorge había comenzado con la escena estúpida de siempre, lloraba como un nene y golpeaba los muebles. Suplicaba, hacía promesas que nunca cumpliría y fue entonces cuando escuchó el llamado. Descolgó el teléfono y era Martín que del otro lado asustado le preguntaba que había pasado, le dijo que se iría con él, que abandonaba a Jorge, que quería cumplir eso que tantas veces le había dicho, ir a la costa, a su casita en medio de los médanos. Hubo un silencio largo, demasiado largo. El Martín del otro lado tenía otra voz, su tono era de burla, que lo pensara bien le dijo, que no era sencillo así de golpe no sabía que hacer y entonces el corazón se le llenó de cenizas. Colgó como petrificada el teléfono, ahora ella era la tenía la cara llena de lágrimas y desesperación. Agarró las llaves del auto y sin saber hacia donde, tomó algo de la mesa de luz y salió.