Uno a veces mira, simplemente observa o se queda quieto. Los zapatos, la tierra alrededor. . Esta noche, la otra. Los gestos con los que empezó ese día a correr. Alguien te toca el hombro, dispara sin querer una queja, un interrogante mayor que resume en sí todos los miedos. ¿Y luego? y después o más tarde, cuando gire el picaporte y no haya nada ni nadie, cuando la oscuridad del cuarto te devuelve sombras, aquel sonido del piano tan limpio y tan extraño, la melodía de ayer. El plato de comida aún lleno y las cenizas colgando de la mesa. Son tantas las preguntas que uno no pregunta nada y tal vez alguien, desde algún pasadizo te llame con su pequeña voz de espera.
"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano..." decía Julio allá en Rayuela y recorría el Sena con las manos dentro de sus bolsillos, mientras Bergman escarbaba en el silencio de Dios. Gritos y susurros, o juego de abalorios?. Alguien dijo ¿porqué? La mañana y los oleos de golpe se volvieron grises y tomó una sábana y se tapó la cara. Un ciego frente al mar y ella, allí, de rodillas.
Un dedo en el árbol contiene una pregunta, la tierra abierta, los jazmines que nunca regalé. La sed insaciable, lo inasible que vibra siempre dentro del pecho, La tela blanca que ansiosa respira esperando esa cópula y su punto de fuga. Esta brisa que entra por la ventana, un aroma conocido y flaco, los túneles de las estaciones. Vos, yo, nosotros preguntamos y podemos ser caricia, acaso canción. ¿La pobreza acaso no pregunta en su silencio oscuro? Mi piel, el sonido del tic tac, la ñata contra el vidrio y la lágrima solitaria que se desliza y cae sobre el reloj.
"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano..." decía Julio allá en Rayuela y recorría el Sena con las manos dentro de sus bolsillos, mientras Bergman escarbaba en el silencio de Dios. Gritos y susurros, o juego de abalorios?. Alguien dijo ¿porqué? La mañana y los oleos de golpe se volvieron grises y tomó una sábana y se tapó la cara. Un ciego frente al mar y ella, allí, de rodillas.
Un dedo en el árbol contiene una pregunta, la tierra abierta, los jazmines que nunca regalé. La sed insaciable, lo inasible que vibra siempre dentro del pecho, La tela blanca que ansiosa respira esperando esa cópula y su punto de fuga. Esta brisa que entra por la ventana, un aroma conocido y flaco, los túneles de las estaciones. Vos, yo, nosotros preguntamos y podemos ser caricia, acaso canción. ¿La pobreza acaso no pregunta en su silencio oscuro? Mi piel, el sonido del tic tac, la ñata contra el vidrio y la lágrima solitaria que se desliza y cae sobre el reloj.