Trabajo de mi autoría presentado en YR ante una pregunta de Liliana que es la siguiente:
¿Qué será de tu poesía, cuando no existan las almohadas y se cierre el último bar?
Nunca le hice esa pregunta y tal vez debiera haberlo hecho. Interrogarla, preguntarle a ella adonde irá. Si se subirá a un tren de madrugada, si recalará desnuda en alguna cama o acaso reposará exhausta en los labios húmedos de alguien y su sed. Tampoco me pregunté donde quisiera que vaya, qué viaje pude haberle asignado a cada palabra, a cada sílaba que depositada como en un lienzo virgen y etéreo simule ser un ocre o el verde musgo de la ilusión.
Ahora me interrogo y lo hago a sabiendas mientras gira en su estribo de sueños y magnolias, ella simplemente me rozará la piel como si algún gorrión enloquecido raspara sobre el vidrio de esa ventana que siempre miro, como pidiendo aire, como pidiendo clemencia, a ése, mi añejo sudor. Desde algún lugar me interrogas me siembras de cenizas, plantas un lirio en medio de la mesa y siento aquel antiguo estupor.
Es de madrugada, una llamarada cruza el patio y me sumerjo. Me acosa la calidez del naranjo que me mira desde su silencio impensado. Un pájaro olvidó su nido y entonces grita a la noche que lo consume con su danza de orfandad, el grito recorre cada rincón para que la casa acostumbrada a los vaivenes y a las súplicas abra sus brazos y lo reciba allá muy alto en el tejado sin almohada ni reloj.
Ya cerró el último bar, mientras adentro todavía palpita el rumor que las confesiones después de medianoche tienen ese tinte de nostalgia. Angustiosamente allí la voz del tano sobriamente esgrime en su vaso de licor aquella calle que daba al mar, el bote y la red con la que pudiese alguna vez pescar a esa sirena que nunca llegó. Aunque desde el barco al salir del puerto imaginó verla saludando con su mano extendida diciéndole adiós.
¿Qué será de tu poesía, cuando no existan las almohadas y se cierre el último bar?
Nunca le hice esa pregunta y tal vez debiera haberlo hecho. Interrogarla, preguntarle a ella adonde irá. Si se subirá a un tren de madrugada, si recalará desnuda en alguna cama o acaso reposará exhausta en los labios húmedos de alguien y su sed. Tampoco me pregunté donde quisiera que vaya, qué viaje pude haberle asignado a cada palabra, a cada sílaba que depositada como en un lienzo virgen y etéreo simule ser un ocre o el verde musgo de la ilusión.
Ahora me interrogo y lo hago a sabiendas mientras gira en su estribo de sueños y magnolias, ella simplemente me rozará la piel como si algún gorrión enloquecido raspara sobre el vidrio de esa ventana que siempre miro, como pidiendo aire, como pidiendo clemencia, a ése, mi añejo sudor. Desde algún lugar me interrogas me siembras de cenizas, plantas un lirio en medio de la mesa y siento aquel antiguo estupor.
Es de madrugada, una llamarada cruza el patio y me sumerjo. Me acosa la calidez del naranjo que me mira desde su silencio impensado. Un pájaro olvidó su nido y entonces grita a la noche que lo consume con su danza de orfandad, el grito recorre cada rincón para que la casa acostumbrada a los vaivenes y a las súplicas abra sus brazos y lo reciba allá muy alto en el tejado sin almohada ni reloj.
Ya cerró el último bar, mientras adentro todavía palpita el rumor que las confesiones después de medianoche tienen ese tinte de nostalgia. Angustiosamente allí la voz del tano sobriamente esgrime en su vaso de licor aquella calle que daba al mar, el bote y la red con la que pudiese alguna vez pescar a esa sirena que nunca llegó. Aunque desde el barco al salir del puerto imaginó verla saludando con su mano extendida diciéndole adiós.